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Columnaa abierta

El derecho del niño Albert

Mañana se cumplen sesenta años del anuncio por la academia sueca de la concesión del premio Nobel de literatura a Albert Camus. El escritor reconocía que la noticia inesperada lo había sumido en un pánico incomprensible, que sólo era compensado por las muestras de afecto de algunas personas queridas: "estoy asustado por lo que me ocurre y que no he pedido. Y para acabar de arreglarlo, ataques tan infames que tengo el alma en un puño". De Camus hacía tiempo que sus detractores opinaban que era un autor acabado, que solo vivía de sus éxitos pasados. Por tanto, con el premio Nobel la Academia estaba reconociendo una esclerosis precoz, y no una prometedora carrera literaria. Jacques Laurent, que años más tarde obtuvo el Goncourt y el Gran Premio de Literatura de la Academia francesa, se mofaba en aquellos días de Camus describiéndolo como "un hombre que avanza penosamente por la senda de la escritura apoyándose en las mayúsculas como si fueran muletas, en la conciencia humana, la dignidad, también humana, la libertad y la esperanza". La crueldad y la estupidez caminan con frecuencia de la mano, y la envidia acelera el paso.

Pero la vida y la obra de Camus demuestran su compromiso de izquierdas, también mayúsculo, con esos valores. Y fue precisamente la izquierda política e intelectual de su época la que más odio le profesó. El comunismo francés y europeo jamás perdonó la rebeldía de sus escritos y su defensa rabiosa de la libertad individual. Denunció las manipulaciones y los abusos del poder sin importarle el carnet de los poderosos, y pagó el precio. En Camus ni siquiera hubo una evolución desde el fanatismo juvenil a la sensatez madura. De su etapa universitaria dejó escrito algo que sobrecoge por su actualidad: "Cuando se cree, como Hegel y toda la filosofía moderna, que la historia hace al hombre, y no que el hombre hace a la historia, no es posible confiar en el diálogo. Se confía en la eficacia y en la voluntad de poder, es decir, en el silencio y la mentira". En estos días aciagos hay que resucitar a Franco, y también a los muertos del asedio a Barcelona de 1714, para que la historia haga al hombre, y no al revés. Si Camus levantara la cabeza se volvería a estrellar en su coche contra un árbol.

Cuando recibió el premio Nobel el escritor francés tenía 44 años. Al conocer la noticia contó que la primera persona en la que pensó fue su madre, y la segunda Louis Germain, el profesor de su infancia que le preparó gratuitamente para que pudiera optar a una beca en el Liceo Bugeaud de Argel. Treinta y tres años después le escribió una carta para expresarle todo su afecto y su agradecimiento: "Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, nada de esto hubiera sucedido". Es conmovedor leer este breve texto escrito con humildad desde la cima mundial de la literatura, recién ascendida. Tiempo después Germain le contestó emocionado, trayendo los recuerdos de su antigua relación maestro-alumno, y dice: "Creo haber respetado, durante toda mi carrera, lo más sagrado que hay en el niño: el derecho a buscar su verdad". Seguramente, Camus no hubiera sido lo que fue sin un profesor como Germain, y como otros, que entendían la educación como el instrumento para desarrollar una capacidad general para el pensamiento, un saber crítico y un juicio autónomo.

El otro día, en un instituto de secundaria en Cataluña, un profesor preguntó en clase a un alumno de edad similar a la de Camus cuando conoció a Louis Germain, si no le daba vergüenza lo que hacía su padre. Su padre es guardia civil. La escena alcanzó tal nivel de obscenidad que fueron los propios compañeros del chaval los que salieron en su defensa. El proceso soberanista gira a tal velocidad que ha conseguido poner del revés la educación: los alumnos tienen que dar lecciones al profesor. Podemos imaginar la reacción de la autoridad competente si el docente hubiera reprochado al chico que su padre es narcotraficante, o proxeneta. ¿Qué culpa tiene el hijo? Pero el grado de adoctrinamiento en la enseñanza pública controlada por el nacionalismo ha alcanzado tal punto que permite pasar de puntillas sobre estos "excesos puntuales". No es de extrañar que la izquierda más rancia, la que tanto despreció a Camus, tolere estos abusos. Ya que empezamos con una efeméride, hoy se cumplen 99 años del nacimiento de otro Louis, de apellido Althusser, filósofo marxista que entendía la educación como el principal aparato ideológico del Estado. Para Althusser la ideología es la relación imaginaria -en la mente- de los sujetos con sus relaciones sociales. Se enfadan los nacionalistas cuando se les compara con las otras dos ideologías de masas, el comunismo y el fascismo, pero la historia y los libros nos muestran que sus mecanismos de funcionamiento se asemejan como gotas de agua.

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