Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Marga Vives

Por cuenta propia

Marga Vives

Un pequeño empujón

"La gente es muy sensible a las presiones y a sus consecuencias inmediatas, mientras que los efectos a largo plazo son más abstractos y difíciles de tener en cuenta". La frase, del psicólogo estadounidense Daniel Kahneman, sintetiza posiblemente el guión de gestos en uno de los momentos más trascendentales desde que inauguramos el siglo. Kahneman fue premiado con el Nobel en 2002 por sus aportaciones a la economía conductual, una rama de la ciencia que pretende demostrar que en momentos de incertidumbre los individuos tomamos decisiones que se apartan de los principios básicos de la probabilidad. Otro de los precursores de esa misma disciplina, Richard Thaler, compatriota del anterior, acaba de ser galardonado esta semana por la Academia sueca al describir hasta qué punto podemos ser irracionales en nuestras elecciones personales. Su libro Un pequeño empujón, publicado en 2008, sugiere claves para adoptar decisiones beneficiosas en el futuro.

Hay un interés creciente por trascender lo inmediato, en contraposición a un momento social en que todo parece producirse espontáneamente, con rapidez y poco margen para la meditación. En CaixaFòrum, por ejemplo, una exposición propone reflexionar sobre las "megatendencias", es decir, los grandes cambios que se producen lentamente en el seno de la sociedad y que parecen indicarnos hacia dónde nos dirigimos. Son signos como la superpoblación, la progresiva concentración demográfica en las grandes ciudades, la explotación de los recursos naturales y el dominio progresivo de la sociedad del conocimiento. El mundo que piensa en el día de mañana en términos humanísticos se mueve, mientras la política parece entrar muchas veces en un callejón sin salida.

Con su peculiar puesta en escena del martes, el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, ha aislado su gobierno del resto de instituciones catalanas, incluidos los partidos. Fue una performance extraña y tan confusa que pilló desprevenidos al resto de portavoces políticos. Hasta en el rostro y en el tono de voz de la líder de la CUP se intuía el desconcierto y el portavoz socialista, Miquel Iceta, trató con acierto de devolver a Puigdemont de su ensueño a la realidad del contexto jurídico y legal vigente. En conjunto la ceremonia resultó más contenida de lo que las huestes militantes en el anticatalanismo más viril habrían deseado, a tenor de los atropellos lamentables a la libertad de expresión de los que no piensan como ellos que este grupúsculo ha protagonizado en Palma y en Valencia. Pero la escenificación del martes por la noche no se coronó con altercados en la calle, ni alborotos en el patio de escaños, sino con las firmas del president catalán y su equipo sobre un documento de intenciones, que así es como solamente se puede considerar esta declaración de independencia rubricada en la soledad bulliciosa de los flashes y los focos pero huérfana del respaldo parlamentario. No hubo asonada y sí un mensaje que Puigdemont quiso subrayar: "No somos unos locos, ni delincuentes ni golpistas. Nos queremos entender mejor". Lo hizo tras culminar su hoja de ruta en este pulso, con la interpretación de un referendum que no reconoce ningún organismo internacional ("no es nuestra historia", dice, en Francia, Emmanuel Macron), que sin duda ha removido profundamente la opinión pública, incluso aquella que habitualmente no toma partido, pero que en este punto abre una grieta complicada entre los socios del independentismo.

Ahora este proceso emprende (o debería hacerlo) una nueva fase. En la anterior es indudable que el discurso político ha movido a la gente a posicionarse en la calle. Se ha producido esa variación y lo que ayer provocó estas movilizaciones, en todos sus matices, no puede hoy ser relegado al olvido. Así que toca apartar el ruido de fondo y dar cuenta de la capacidad de diálogo institucional para devolver este proceso a los canales adecuados con el propósito de resolverlo con garantías de estabilidad y sin más demostraciones de fuerza. En contra de lo que sostiene Carles Puigdemont, fuera de la Constitución no hay democracia, porque ese fue el marco adoptado para garantizarla, pero una reforma es posible y se debe intentar. En realidad hace tiempo que la sensibilidad hacia una revisión del modelo de Estado ya no es territorio exclusivo de los independentistas.

Por ahora las empresas catalanas que se han mudado a Valencia o Madrid, temerosas de una revuelta, mantienen su decisión y los expertos pronostican que va para largo. El éxodo de la banca y de algunas compañías insignia ha sido, a juicio de algunas personas, definitivo en el cambio de guión del presidente de la Generalitat, una medida de presión en toda regla que genera dudas acerca de si sus planes para la viabilidad de una república eran realmente consistentes. Hay muchas cartas que se deberán poner sobre la mesa en un eventual diálogo, por lo tanto.

Si se quiere seguir esa senda, toca ahora sustituir el sistema de pensamiento rápido, intuitivo y emocional que ha marcado los últimos movimientos por otro más lento, esforzado y racional. De ambos habla la economía conductual, que es patrón para el comportamiento en otro tipo de decisiones, como las relativas a la política. Kahneman se refiere, además, a la aversión a la pérdida, como el mecanismo que, en una encrucijada, nos lleva a que prefiramos no perder cien euros antes que ganar cien euros. Cuando se serene el espacio, quizás el cálculo de probabilidades permita apostar más allá de esa premisa, o por lo menos examinar razonadamente las opciones. Mientras tanto, nos iría bien ese pequeño empujón para no caer de nuevo en la tentación de escoger antes lo fácil que lo más adecuado.

Compartir el artículo

stats