Mariano Rajoy y Carles Puigdemont lo han conseguido: la incuria del primero y los despropósitos del segundo han precipitado a España en una seria crisis constitucional, una más de las que han jalonado la convulsa historia de sus dos últimos siglos. Lo sucedido en el Parlamento catalán es el colofón lógico de una quiebra institucional que empezó a materializarse cuando el Tribunal Constitucional decidió, de la mano de un recurso interpuesto por el PP, modificar el estatut aprobado por las Cortes Generales y ratificado después en referéndum, ese sí legal y blindado con las garantías democráticas adecuadas, por los ciudadanos de Cataluña. La irresponsabilidad del PP al atizar en España el sentimiento anticatalán, siempre latente, para obtener réditos electorales, y la desastrosa gestión de la crisis llevada a cabo por Artur Mas, quien trató de solaparla iniciando el llamado "Procés", nos han llevado hasta donde ahora nos hallamos, un lugar de difícil salida; para hallarla hay que adentrarse necesariamente en un siempre incierto proceso constituyente.

Porque eso es lo que va a suceder sea cual fuere el desenlace de la crisis catalana. Casi carece de importancia lo manifestado por Puigdemont y la impostada reacción del Gobierno, dedicada a aplacar las broncas reacciones del nacionalismo español, que la derecha se ha encargado a conciencia de despertar, acompañado del sector peronista del PSOE, básicamente el de los socialistas del sur, que no ceja en el empeño de tratar de liquidar a Pedro Sánchez; lo esencial es el desgarro institucional, la quiebra del sistema constitucional nacido en 1978. Ahí radica la verdadera gravedad de lo que está acaeciendo, puesto que lo otro, la independencia de Cataluña, es y lo será por tiempo indefinido, una ensoñación, una quimera con la que los soberanistas han transitado por los años de la crisis y los de la postcrisis actual. Una entelequia que al final ha desembocado en lo que tenemos, lo que incomprensiblemente el Gobierno del presidente Rajoy no atajó al creer que no se produciría. En esa ocasión a Mariano Rajoy no le ha servido el no hacer nada. Ha exhibido su carencia de hechuras de estadista.

Vayamos a lo dicho en la Cámara legislativa catalana por el presidente Puigdemont. Al dejar en el aire la proclamación de la República catalana, lo que hace es envenenar todavía más la cuestión; en términos futbolísticos se diría que ha embarrado el terreno de juego, ha buscado dejarlo impracticable para poder desarrollar lo que está a su alcance: la marrullería, la emboscada, en la que probablemente, acreditada su reiterada torpeza, caerá el Gobierno. Preguntémonos: ¿cuál será la respuesta que dará el Ejecutivo? En esencia, Puigdemont no ha hecho una declaración formal de independencia. No ha abandonado, al menos en el discurso de ayer, el resto de legalidad constitucional que puede permitir a Rajoy no invocar la aplicación del artículo 155 de la Constitución u otras medidas coercitivas legales a su alcance.

Pero es evidente que el Gobierno está concernido por la pulsión nacionalista española que tanto ha hecho por despertar. Mañana se celebra en Madrid el desfile militar del 12 de octubre. La fiesta nacional en la que el nacionalismo español ventea sus sentimientos hoy más a flor de piel que nunca. El presidente Rodríguez Zapatero tuvo que padecerlo año tras año. Rajoy pasará un mal trago si hoy no hace nada efectivo para yugular visiblemente la retórica declaración de Puigdemont, que también ha sido un frenazo en toda regla.

Hay que reconocer que el discurso del presidente de la Generalitat fue inteligente. Quedó de manifiesto en la réplica de Inés Arrimadas, incapaz de cambiar el guión que llevaba preparado ante el gambito puesto sobre la mesa por Puigdemont, quien se ha arriesgado a incomodar a las CUP, pero que, a cambio, ha descolocado clamorosamente a la oposición, salvo, probablemente, al PSC y a Catalunya Sí que es Pot, que en la finta de Puigdemont hallan una línea de negociación imprescindible para no quedar atrapados entre la dialéctica más radicalmente independentista y la del unionismo intransigente que exhibe Ciudadanos y secunda el PP del irascible Albiol.

? Así están las cosas. Pero retornemos al principio: estamos en tan precaria situación, aunque los optimistas dirán que todavía no ha sucedido nada irreparable, porque Mariano Rajoy y Carles Puigdemont han llevado hasta el punto de fusión una crisis que debería haberse enfriado hace mucho tiempo. No ha sido así y ahora nos vienen tiempos en los que la incertidumbre se acrecentará.