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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Més y el Maidán catalán

Se ha podido ver en la resolución de Més y Podemos aprobada en el Parlament contra las medidas tomadas por el gobierno central, "un atentado contra la libertad de expresión, la libertad de información, el derecho de reunión", e instando a "dejar de instrumentar a la fiscalía para abortar un conflicto de naturaleza política", el apoyo explícito al golpe de Estado del independentismo catalán. Contaron con los votos de Melià y Sureda de El Pi. Font se abstuvo, como los diputados del PSOE, que con su abstención, al revés de su secretario general, Sánchez, que apoya al gobierno de Rajoy, posibilitaron el triunfo de la posverdad, convirtiendo la sedición de los que ostentan sus cargos merced al sistema constitucional, vulnerando además de la Constitución, el propio estatut y el reglamento de la cámara catalana, con unas disposiciones suspendidas por el Tribunal Constitucional, en un conflicto de "naturaleza política". Como si los conflictos de naturaleza política pudieran resolverse al margen de las leyes. Como si pudiera existir una legitimidad enfrentada a la legalidad de un Estado democrático de derecho. Como si las medidas que se están tomando para impedir un referéndum ilegal, antidemocrático y sin ninguna garantía, no fueran dirigidas por los jueces. Esta resolución retrata el turbión alocado, totalitario y delirante al que se han incorporado quienes anteponen la identidad a la democracia, la demagogia a la verdad, el odio al respeto al diferente. La democracia nunca ha sido simplemente votar. El derecho a la autodeterminación de una parte del territorio no existe en ningún lugar del mundo. El referéndum era el sistema de votación preferido por la dictadura franquista, y es de una dictadura bananera, como la de la Venezuela de Maduro, de donde ha venido el único apoyo internacional al procés de ruptura con España impulsado por los nacionalistas catalanes. En democracia quienes infrinjan las leyes serán delincuentes, no presos políticos.

El PSOE de Sánchez expone de forma obscena sus dudas entre hacer causa común con PP y Ciudadanos para parar el golpe y salvar la Constitución, y atender a una salida "negociada" que la dinamite; de forma explícita auspicia, cediendo al chantaje, mayores competencias de autogobierno si se acaba con la sedición. Es lícito pensar que sin el inmovilismo de Rajoy hubiera sido muy difícil llegar a este punto de efervescencia que puede derivar en violencia. Hace unas semanas que Rafael Hernando, decía que no se podía aplicar el artículo 155 de la Constitución porque para tramitarlo se necesitaba un mínimo de dos meses. Hace unos pocos días Rajoy declaraba que "nos van a obligar a hacer lo que no queremos hacer", aludiendo sin duda a la aplicación del artículo 155. En discrepancia con la interpretación de que Rajoy con su frialdad y su mesura está gestionando bien la insurrección, esas declaraciones contradictorias del PP permiten aventurar que no está tan claro ni mucho menos el supuesto control de los tiempos del presidente. De momento podemos especular con que, el haber tomado medidas de naturaleza política, como la aplicación del artículo 155, que, como dice Borrell, no es ninguna bomba atómica, en vez de esconderse tras de los tribunales, nos hubiera podido ahorrar toda la agitación tumultuaria para imponer el referéndum que estamos sufriendo. Parece que Rajoy se guarda para la probable declaración unilateral de independencia de día 2 de octubre la suspensión de la autonomía catalana vía el artículo 155.

Intoxicado del irrespirable clima político, Més ha dado una nueva muestra de transformismo. Su consejo político ha aprobado un documento estratégico en el que apunta a una consulta vinculante para el año 2030 para decidir sobre la construcción de un Estado propio para Mallorca, la República de Mallorca. "Sólo a través de la soberanía plena tendremos capacidad de hacer de la insularidad una ventaja y no un agravio". Las otras islas podrían incorporarse a este proceso a través de la soberanía de cada una de ellas. Me he permitido indicar algunas veces la idoneidad de cambios estatutarios dirigidos a una autonomía confederal en la que cada isla dispusiera de su propio parlamento y gobierno y una presidencia rotatoria entre las islas, solventando las duplicidades, ineficiencias y disfunciones del sistema actual. Pero lo que propone ahora Més es otra contorsión, una más, a las que nos tiene acostumbrados. Primero era la indefinición. Eran nacionalistas, odiaban a España, pero temerosos respecto a la distancia que a los mallorquines nos gusta mantener respecto a Cataluña, no decían, cucos, de qué nación. Funcionaban como la masonería; sólo las más altas dignidades estaban en el secreto. La ceba es Cataluña, no existe una ceba mallorquina. Después, al compás del independentismo, se definieron, hace unos pocos años, "¡Països Catalans!" Al fin se habían quitado la careta. Se apuntaban, merced a la politización de la lengua, a la identificación entre unidad lingüística y unidad política. Era una apuesta política incierta, que se remitía al pasado en vez de al futuro, de ruptura dramática con España, pero fiada a una base poblacional importante y al determinismo del romanticismo político de, un pueblo, una lengua, un país. Y, ahora, de repente, la República de Mallorca. Los humanos creemos que lo que contagia las enfermedades son virus, bacilos. No, los desórdenes psicológicos, los delirios, el odio, el frenesí, también contagian a los humanos. Y, considerémoslo, los militantes de Més también son humanos.

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