Oriol Junqueras, que es el líder soberanista mejor formado aunque no por ello menos radical, dijo recientemente en un mitin que ahora que ya se ha generado una fuerte tendencia en favor del sí al soberanismo, convendría hacer también lo posible por fortalecer el no.
El aserto pareció una boutade, un desplante más a los no nacionalistas, que son seguramente más de la mitad de los catalanes, pero si se hurga un poco más en aquella aparente ocurrencia, se llegará a la conclusión de que tal expansión era, en realidad, el deseo de legitimar una consulta que perdería hasta la más remota apariencia de legitimidad si tan sólo fueran efectivamente a votar (o a intentar votar) los partidarios del sí.
Y esta es la gran tragedia con la que tendrán que convivir los frustrados independentistas, que cometen la torpeza (y el delito) de fracturar Cataluña en dos mitades para colmar sus aspiraciones, sin ver que están haciendo un flaco favor a un pueblo que ha vivido unido y que ahora, pase lo que pase realmente el 1-O, tendrá que aprender a convivir con un gravísimo conflicto en su interior. Tendrá que hacerlo con dolor y cargado de gérmenes de enemistad.
