Diario de Mallorca ya alertamos en su día de la peligrosa amenaza que suponía la presencia de la bacteria Xylella en las Balears. Un riesgo, en primer lugar, para el ecosistema, ya que afecta directamente al arbolado y a la vegetación de nuestra tierra. Un riesgo, además, paisajístico, con sus lógicas consecuencias sobre la belleza de nuestro entorno natural. Y un riesgo económico, en definitiva, con especial repercusión sobre la viabilidad de buena parte del sector agrario mallorquín. El realismo es el mejor antídoto posible contra los alarmismos o los optimismos infundados. La plaga de la Xylella no era -ni es- precisamente una novedad de la que no conozcamos precedentes. En California conviven con ella desde hace un siglo y en la cercana Italia llevan también tiempo combatiéndola, con resultados devastadores para el olivar del sur de la península.

Por eso, dentro de ese marco de extrema complejidad, la decisión europea de no activar el protocolo de erradicación del arbolado de Balears -una sentencia que de entrada hubiera implicado talar en su totalidad 800 hectáreas-, sino sólo cortar los árboles infectados, ha sido recibida con cierta sensación de alivio y esperanza. La respuesta de Europa evita una solución drástica -la de eliminar de raíz millones de almendros, olivos o viñedos-, que además tampoco constituía el remedio definitivo a un problema de muy difícil manejo. La opción adoptada asume una línea de prudencia -talar sólo los ejemplares infectados- que permite ganar tiempo, aunque a nadie le cabe duda de que, en apenas unos años, la fisonomía del paisaje mallorquín habrá cambiado de forma significativa como consecuencia de la plaga. Ganamos tiempo y margen para experimentar con distintas soluciones, pero debemos ser muy conscientes de que el campo de las islas está condenado a convivir, seguramente durante décadas, con la temida bacteria.

En estos momentos, los esfuerzos de las distintas administraciones públicas y del sector agrícola en su conjunto deben encaminarse en dos direcciones: en primer lugar, hay que incrementar el número de pruebas realizadas, de modo que se pueda obtener un mapa mucho más fiable de la extensión real de la plaga. A día de hoy, se han detectado 226 casos de árboles contaminados solo en la isla de Mallorca, aunque sin duda los positivos se multiplicarán cuando se intensifiquen los tests. En segundo lugar, debemos impulsar la investigación relacionada tanto con la bacteria Xylella fastidiosa en sí como con los distintos grados de resistencia a la infección que puedan ofrecer distintas variedades de árboles y arbustos. Es importante hacerlo, porque el coste medioambiental, paisajístico y económico de nuestra pasividad sería extremadamente elevado. Y de nuevo aquí debemos apelar al realismo y no ceder a ninguno de esos dos peligrosos extremos que son el pesimismo o el optimismo sin fundamento. Hay que responder con inteligencia y serenidad a un problema serio y de difícil solución, pero que nos apela a todos. De momento, hay que congratularse por la respuesta de Bruselas lograda tras el intenso trabajo del Govern y la labor pedagógica llevada a cabo con el ministerio de Medio Ambiente y Agricultura ante la Unión Europea. Eso sí, desde hoy mismo hay que seguir trabajando con todo nuestro ahínco para salvar el campo de estas islas.