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"Catalanes"

Pujol dijo, muy atinadamente, al enunciar su catalanismo político que sería la clave de su desarrollo ideológico, que "catalán es todo aquel que vive y trabaja en Cataluña". En democracia -que es un concepto más profundo que el que maneja Donald Trump„ no podría entenderse de otra manera. Y menos en un país como Cataluña en que han sido pródigos los movimientos inmigratorios de gentes llegadas de toda España en tiempos de pobreza y necesidad.

Pues bien: a los ojos de los Puigdemont, Junqueras, Forcadell, Mas y correligionarios soberanistas, aquella definición se ha cambiado por esta otra: "Catalán es solo quien, además de haber nacido en Cataluña, es intensamente independentista". Como ha podido verse, los tibios, los partidarios de una entente con el Estado, los autonomistas, los que se sientan tan catalanes como españoles, los que sientan sencillamente apátridas o simples ciudadanos del mundo, no tienen sitio en las instituciones (ha habido muchas destituciones fulminantes estas últimas semanas por déficit patriótico) y merecen claramente ser objeto de un escrache (los alcaldes que no cedan locales para el referéndum deben ser "interpelados" según Puigdemont).

La mudanza ha sido brutal. Y si se piensa que hay una continuidad entre quienes se manifestaban con generosidad antes y ahora lo hacen con fanático y excluyente rigor (estos son los hijos de aquellos, en términos políticos), se comprenderá el desconcierto de quienes vemos el espectáculo con franca decepción.

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