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Tim Cook, consejero delegado de una de las compañías con mayor capitalización y valor en Bolsa -viene a ser lo mismo- del planeta presentó hace unos días en San Francisco las novedades de la marca de la manzana mordida en el mundillo de la telefonía móvil. Lo hizo con una puesta en escena a juego, propia de un espectáculo puntero de la industria del cine, y siguiendo las pautas de la adoración mística con la imagen de Steve Jobs como icono mayor del teatro que lleva su nombre.

Las referencias sagradas no están de más porque el asunto derivó de inmediato en lo milagroso. Sin más que relatar por encima las virtudes del nuevo iPhone X, que llegará tras la espera calculada para calentar los ánimos, y sin que nadie haya visto el teléfono -si cabe llamarlo aún así- ni comprobado sus posibilidades, las tiendas de electrónica se apresuraron a ofrecerlo en venta para que puedas reservar lo que no te entregarán hasta dentro de más de un mes. Cuesta un pastón porque los objetos sagrados no pueden darse a precio de saldo y, pese a ello, o tal vez gracias a lo caro que es, la compañía Apple confía en batir records de prosperidad en el último trimestre del año.

Los psicólogos de afición hablan ya de autoengaño, de necesidad de reconocimiento social y de disonancia cognitiva. Primero quieres el iPhone X, o el aparato que sea de la serie, y luego ya se encargará tu mecanismo mental de justificar por qué. En realidad ese proceso en el que la decisión llega antes que las razones para llevarla a cabo no funciona sólo en el mundo de las compras compulsivas; los especialistas apuntan a que los juicios estéticos, e incluso los morales, se ajustan al mismo procedimiento. Sabemos lo que nos gusta y lo que nos disgusta antes de que sepamos por qué. Y el gran acierto de Steve Jobs primero y Tim Cook después ha sido convencernos de que ni siquiera hace falta razón alguna para quedar prendidos del icono de la manzana a la que una Eva de lo más hábil dio el mordisco oportuno.

? Creo haber leído que Steve Jobs murió de cáncer tras haberse negado a que le tratasen con el protocolo médico habitual porque tenía una idea esotérica de lo que es la enfermedad. En busca del karma, o del equilibrio del ying y del yang, o de lo que sea que maneja nuestras vidas incluso a la hora de colocar la cama de una forma determinada según establecen las reglas del feng shui, se le desplomó el cuerpo. No sin haberse encarnado antes en esa especie de religión adictiva a la que nos entregamos con pasión sus seguidores. Jobs inventó el teléfono inteligente, ese smartphone que lo es cada vez más por la vía de convertir en idiotas a sus usuarios -entre los que me encuentro- obteniendo además gratitud eterna y un enorme aplauso. Aún no comprendo cómo es posible que un mecanismo tan eficaz no sea utilizado por los gobiernos para fidelizar a sus masas. Bueno, no lo comprendía hasta que llegó el Procès.

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