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Columnata abierta

Mambo

Si no puedo bailar no es mi revolución". Esta es una de las citas que cierran el último vídeo de la CUP sobre el proceso independentista. El spot, de impecable factura técnica, se titula "Ahora empieza el mambo". El "procés" queda simbolizado en una vieja furgoneta que ha habido que empujar montaña arriba con el esfuerzo sudoroso del pueblo. Toda esta vaina que ha durado dos años ha sido un invento de Artur Mas y la derecha catalana, una suerte de penitencia previa a una fiesta que arranca al despeñar la furgo barranco abajo. Por fin comienza lo divertido. Si se observan con atención las imágenes del esperpento vivido en el Parlament de Cataluña la semana pasada, los que sonreían de verdad, sin atisbo de pena ni vergüenza por lo que allí sucedía, eran los diputados de la CUP, y algunos de Podemos, o sus satélites, o como se llamen allí. Se acabó la farsa, las apariencias de legalidad y el disfraz democrático. Comienza la revolución. En el vídeo también aparece al final una cita de Frida Kahlo: "No hay nada más hermoso que la risa". Y era evidente que los únicos que se descojonaban durante aquel espectáculo bochornoso eran ellos.

En el discurso del portavoz de Junts pel Sí se apreciaba un tono melancólico, tristón, tan alejado de la emoción patriótica que no dejaba entrever la trascendencia histórica de la jornada para la construcción de la nueva República catalana. El y otros independentistas tenían que ser conscientes en ese momento de estar dejándose a jirones la tan invocada superioridad moral de sus planteamientos frente al estado opresor, aprobando una ley en contra de su propio Estatut a través de un procedimiento inventado para la ocasión que eliminaba el debate parlamentario y silenciaba a la oposición. Una profanación tan obscena de la institución que representa a todo el pueblo de Cataluña no era algo fácil de digerir por el soberanismo en pleno, y se notó. Muchos de ellos eran conscientes de haber perdido hacía tiempo la virginidad judicial incumpliendo sentencias firmes, pero eso quedaba en el ámbito de la intimidad porque no había fotografía que simbolizara esa coyunda política forzada contra la ley. Sin embargo, una hemorragia de diputados abandonando un salón de plenos sin poder presentar enmiendas a una ley que supone el embrión de una hipotética Constitución catalana, supone mostrar al mundo la imagen de una violación en grupo de la democracia. Esa brutalidad parlamentaria aleja definitivamente al independentismo de ese aire sexy que pretendía darse ante la comunidad internacional.

Mostrar esas dotes de seducción nunca ha sido el objetivo de la CUP. Por eso cierran su anuncio revolucionario con otra cita de Kafka: "El proceso es el castigo". El anarquismo antisistema da así por finalizada esta expiación en forma de escenificación jurídica. Se acabaron las estupideces de pedir informes a los letrados de la cámara y al Consejo de Garantías Estatutarias. Fin de la pantomima. En el primer asalto de este combate, es evidente el triunfo de la CUP frente a la que consideran una burguesía apoltronada que ha mamado de la teta convergente durante años. Por eso sonreían ante la incomodidad de sus compañeros de viaje. La opinión pública fascista, o sea toda excepto la que apoya el independentismo, ha sido injusta con Carme Forcadell. Es cierto que la Presidenta del Parlament de todos los catalanes actuó como una auténtica mamporrera del gobierno de la Generalitat, pero se ha de reconocer que la mujer pasó un mal rato, consciente de lo poco ejemplar que estaba quedando el retrato constituyente de la nación catalana. Ha pasado bastante desapercibida su llamada al orden a la diputada de Podemos, jaleada entre risas por los antisistema, mientras retiraba las banderas españolas que habían dejado los parlamentarios que abandonaron el hemiciclo. Forcadell fue capaz de reconocer la simbología de esa acción, que suponía eliminar cualquier rastro físico de los diputados no presentes. No cabe estampa más totalitaria en un pleno convocado en nombre del pueblo de Cataluña.

Como era de esperar, la CUP está pulverizando la transversalidad del independentismo para imponer una dialéctica totalitaria entre izquierda/derecha. Es más, está destrozando a Podemos y sus confluencias en Cataluña. Provocan vergüenza ajena las descalificaciones que ha recibido Joan Coscubiela desde su propio partido por defender la legalidad y el derecho a expresarse de la oposición, y casi resultan cómicas la maniobras sinuosas de Ada Colau para esquivar los bolardos políticos que le instalan los cuperos. En Cataluña, la CUP es a Podemos lo que Podemos al PSOE en toda España. Todo este sindiós solo puede acabar de dos maneras: mal, como quiere Junts pel Sí, o muy mal, como pretende la CUP. En el primer escenario se representarían largas colas de independentistas esperando para votar en las sedes de sus partidos transformadas en colegios electorales, y existiría una moderada coacción física representada en la imagen de algún político reducido por la fuerza al negarse a cumplir una orden judicial. Esto podría ser suficiente para seguir exprimiendo un discurso victimista y mantener opciones de gobierno tras las próximas elecciones autonómicas sin asustar demasiado al personal. Pero de ninguna manera sería suficiente para un anarquismo que emplea la independencia como herramienta de demolición del sistema de poderes liberal-burgués. Es lógico que la gente no quiera oír hablar de sangre ni muertos, pero la historia del siglo XX nos enseña que cuando una organización de honda tradición violenta en Cataluña te dice "nos vemos en las calles", no te está citando para bailar mambo.

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