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Antonio Papell

El no de Sánchez a la moción de censura

¿Qué mejor manera de cargarse la Constitución fundacional que contribuyendo a destruir el Estado sobre la que se extiende?

Tras las elecciones generales de 2015, cuando Rajoy declinó presentar su candidatura a la presidencia del Gobierno tras una sensible caída en las urnas del apoyo al Partido Popular, que venía gobernando con mayoría absoluta desde finales de 2011, Pedro Sánchez no se alzó con la presidencia porque Podemos no quiso respaldar el pacto progresista firmado por el PSOE con Ciudadanos. Es decir, Pablo Iglesias prefirió ostensiblemente un gobierno conservador a otro de centro-izquierda en el que el liderazgo correspondiera al PSOE, su teórico rival en la izquierda.

Aquella decisión de Iglesias, que hay que contemplar junto a la alianza de Podemos con Izquierda Unida auspiciada por Julio Anguita ya en las elecciones de 2016 (y que dio lugar a Unidos Podemos), marcó el futuro marginal del populismo, ya reflejado en la pérdida de más de un millón de votos en aquella consulta. Podemos se había confinado en el nicho que ocupaba Izquierda Unida, que en sus mejores tiempos no superó los 21 escaños (los logró Anguita en 1996, con el 10,5% de los votos), y no era difícil la predicción de que la salida de la crisis económica y la recuperación de la normalidad social e institucional tendría ese efecto, que en todo caso se manifestaría lentamente: reducir el populismo de extrema izquierda a una dimensión minoritaria.

En esas estábamos cuando Pablo Iglesias ha descubierto el filón del soberanismo catalán. Es claro que a la izquierda real, la solidaria y partidaria de los valores relacionados con la equidad y la internacionalidad, no puede agradarle un nacionalismo de raíz claramente cultural (étnico), nacido en el territorio burgués de la sociedad catalana, que por añadidura convierte en lema el "España nos roba", la quintaesencia de la insolidaridad con las regiones más atrasadas. Y sin embargo, el populismo alimenta con su ambigüedad al soberanismo, celebra "la soberanía" de Cataluña, acepta el referéndum como si se tratara de una manifestación, una expansión inocente de la sociedad catalana, aunque, naturalmente -todo dislate tiene límites-, no lo considera vinculante.

Es de suponer que gran parte de la clientela de Podemos, formada por ciudadanos hartos de los viejos partidos, habrá huido despavorida de semejante desarrollo: la independencia de Cataluña, instada en primera instancia por la camarilla del corrupto Jordi Pujol, no puede ser del agrado del sector del progresismo que en todo el Estado miró con simpatía la aventura de Iglesias-Errejón, este último desaparecido en combate. Sin embargo, Iglesias, falto de apoyos y aislado políticamente, necesita al soberanismo para emprender la gran batalla tácita que siempre ha estado en el trasfondo de su mensaje: romper el régimen del 78. ¿Qué mejor manera de cargarse la Constitución fundacional que contribuyendo a destruir el Estado sobre la que se extiende? Existe una alianza tácita entre el chavismo que impregna el populismo de Iglesias, el independentismo burgués de Junts pel Sí y las formulaciones antisistema de la CUP, que no es más que el designio de quebrar el Estado, de romper las resistencias que hacen de este país una gran democracia a la europea. La célebre cena de Junqueras e Iglesias en casa de Roures simboliza esta conjunción.

Cuando se escriben estas líneas, el populismo catalán está claramente fracturado en relación al soberanismo, pero Iglesias no se atreve a dar el puñetazo para acabar con los escarceos del sector de Dante Fachín con los independentistas. Y la alcaldesa Colau, en confluencia con Podemos, ha sugerido que prestará locales a la votación del 1-O siempre que no se perjudique a los funcionarios. Hay que estar en la procesión y repicando.

Es evidente que el PSOE, que es uno de los dos grandes pilares del sistema político que nos hemos dado y que tiene la misión histórica de preservarlo, no puede ir a parte alguna con estos compañeros de viaje. O, al menos, no puede compartir gobierno con ellos.

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