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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

Cataluña no es de risa

Seguir los goles, patadas y agresiones del Barça-Madrid entre políticos nos obliga a un horario de madrugada...

Seguir los goles, patadas y agresiones del Barça-Madrid entre políticos nos obliga a un horario de madrugada, con una expectación que no recordábamos desde el Barça-Madrid entre futbolistas a medianoche. A la hora del comentario, el recio tremendismo compite con la descalificación caricaturesca del adversario. Es fácil tomarse a risa a Puigdemont, identificarlo con la estética del desgarbado Sherman Klump interpretado por Jerry Lewis en El profesor chiflado. No solo por la fácil asignación de gafas de concha, cabello flotante y flequillo, sino por la gestualidad bamboleante. Es inevitable asimismo emparentar el aire maternal de Oriol Junqueras con Angela Merkel. Las mismas manos ovilladas, el aire docto, el carácter impávido, la conciencia de ser imprescindible, el descuido deliberado de la apariencia física.

La concentración en la fisonomía induce a esbozar una sonrisa, pero Cataluña no es una broma. De hecho, los partidarios de despachar la ruptura con chanzas están siendo arrinconados por los apocalípticos. Mientras los miembros del Govern catalán legítimo, un dato que hoy se tiende a obviar, firmaban gregariamente el decreto del referéndum, daba la sensación no sustentada en datos de que se inmolaban, de que rubricaban voluntariosos su aplastamiento por los aparatos estatales y supraestatales. Sin embargo, una cosa ha cambiado, cuesta cada vez más tomárselos a risa.

El proceso catalán transcurre con menos violencia que una operación retorno, bajo el lema no asumido de que "ya que no nos escuchan, nos van a oír". Más de un presidente autonómico se suma al catastrofismo de puertas afuera, en tanto que en su despacho envidia el respaldo popular y en votos que le permitiera plantear un órdago a la catalana. La democracia es conflictiva, lejos del desierto por aniquilamiento en que se sentían tan cómodos Soraya y Mariano, que por primera vez habló ayer como si los catalanes fueran españoles. Ni el problema de Cataluña es España ni el de España es Cataluña, pero ambas comparten una crisis que ni Rajoy puede disimular.

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