Diario de Mallorca

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Distracciones estivales 5

Nací en una ciudad donde las personas sólo tenían dos edades: se era niño o se era abuelo. El paso de una a otra carecía de vocablo intermedio, y se establecía (ya en plena vetustez) mediante el uso vacilante del primero hasta que se imponía el segundo. Me refiero, claro está, al trato general. Así, a la anciana de rodete o al encorvado anciano del bastón se les ayudaba a cruzar la calle llamándolos cariñosamente "abuelos", pero los setentones que se topaban por casualidad se decían: "¡Niño, a ver si quedamos!". Hoy lo de abuelo ha desaparecido. En mi ciudad natal y en todas partes. Llamar a un miembro de la tercera edad o de la cuarta, a un mayor, en fin, abuelo es arriesgar el físico. La edad se ha vuelto un tema delicado, en especial para las mujeres. Miren la hostelería, por ejemplo. Llegan dos hombres de mediana edad a una terraza y el camarero les dice: "Señores, ¿qué les pongo?". Llegamos dos mujeres de la misma edad y condición y, de entrada, por defecto, se nos tutea; luego, se nos halaga con un animado: "Hola, chicas, ¿qué os pongo?". El halago es teórico, porque lo de chica despierta sospechas de pitorreo. Al oírlo, una no se regocija y se cree pimpante y juvenil, sino que se preocupa por el alma del camarero, abocada a ir al infierno por mentir con tanto descaro.

Hoy día el tratamiento femenino de señora, que a su vez lleva aparejado el usted, se ha demonizado. A la señora se la transporta al medievo; pero al medievo más lúgubre, viejuno, telarañesco, enmohecido, harapiento, arrugado, verrugoso y despreciable. Su correlato masculino, en cambio, es señal de qualitas auto, what else?, perfume de bandera y mejillones AAA+. Los señores presentan telediarios, moderan tertulias políticas o son contertulios de peso. Las señoras, salvo excepciones, ni se asoman por los telediarios (están haciendo calceta en lo más hondo de una cueva, entre redomas humeantes), y si acuden a las tertulias políticas, son minoría, como si su saber y experiencia fueran peligrosos o, peor, mera anécdota. Como mucho, reinan en la franja matinal o en la del cuore, entre otras especies variopintas. A la señora se le cede el asiento en el metro (qué instante de escalofrío, qué rito de paso, la primera vez); al señor hay que verlo llegar en parihuelas para cedérselo. Y este camino se prepara antes: en las noticias se habla de "una mujer de veinticinco años", pero de "un joven de treinta y nueve".

Las de cuarenta en adelante se sienten confusas. No pueden ser siempre chicas (aunque afirman estar mejor que a los treinta y que, vistas de espaldas, las confunden con veinteañeras), pero huyen del señora como de la peste bubónica. En nuestro mundo de millenials influencers, bloggers y demás fauna internética, les proponen dos alternativas, en inglés por supuesto: ageless generation y perennials. No sé si alguna de ellas cuajará, pero el día que llegue a un bar y me digan "Hola, perennial, ¿qué te pongo?", creo que me va a dar algo.

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