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Terrorismo: todo tiene que ver con todo

El gran Peridis publicaba horas después del brutal atentado de Las Ramblas de Barcelona del día 17 una valiente viñeta en que, mientras un iluminado volaba con una urna en las manos bajo las aspas de un helicóptero que simulaban la cuatribarrada diciendo "Nosotros seguimos con la hoja de ruta", una familia que contemplaba el sobrevuelo afirmaba: "Nosotros quedamos con la hija de luto".

Los insultos contra el viñetista fueron atroces, en las redes sociales y fuera de ellas, mientras la Cataluña oficial aprovechaba cualquier oportunidad para manifestar que el atentado no tiene nada que ver con el proceso. Y esta actitud voluntarista se ha llevado a la práctica: Puigdemont y sus partidarios se han codeado con los miembros del Gobierno y con el jefe del Estado con exquisita corrección, con el fin de mostrar que la pretensión de ruptura institucional no tiene por qué afectar a las buenas relaciones entre las partes (algo absurdo, evidentemente).

Es evidente que una reflexión ponderada sobre lo ocurrido permite concluir en que no existe una relación causal directa entre el proceso soberanista y el múltiple atentado terrorista del día 17. Los degenerados que, ahítos de odio, planearon la gran brutalidad, acopiaron explosivos y se pertrecharon para la ocasión no estaban movidos por el ímpetu secesionista, ni siquiera debían conocerlo muy a fondo ya que hay que imaginarlos absortos en su propia maquinación. Pero estas evidencias no permiten asegurar que no existe relación alguna entre el dilatado proceso de distanciamiento entre Cataluña y el Estado y la sanguinaria eclosión de terror orquestada por una organización de considerables dimensiones, dirigida por un imán fanatizado, Abdelbaki es Satty, una persona que ya levantó sospechas a una parte de sus prosélitos y que tenía antecedentes por tráfico de drogas, delito por el que cumplió condena. Nadie avisó de estas circunstancias a la comunidad islámica de Ripoll.

En definitiva, no existe relación directa pero no se puede decir tajantemente que los fallos de seguridad, que a todas luces han existido, habrían tenido lugar si no se hubiera registrado una insoportable y creciente tensión entre Barcelona y Madrid. Tan sólo un dato obliga a reflexionar: la Junta de Seguridad de Cataluña, que coordina los departamentos de Interior del Estado y la Comunidad Autónoma, se reunió el pasado 10 de julio€ por primera vez desde 2009. La desconfianza entre las partes es tal que los mossos d´esquadra no tienen todavía acceso a los archivos de Europol, por lo que su capacidad de contribuir a la lucha antiterrorista está severamente limitada. No es cuestión de enrarecer el ambiente actual con nuevas sospechas ni de buscar teóricas responsabilidades en un drama del que hay que culpar a sus odiosos autores, pero sí cabe afirmar que los ciudadanos de Cataluña no se merecen que sus instituciones, autonómicas y estatales, estén a la greña cuando sobrevuela una amenaza como la que finalmente ha causado la tragedia. Nadie sabe si, en condiciones mayor concordia y serenidad, el CNI se hubiera podido dedicar más intensamente a prevenir cualquier brote de islamismo radical, o las autoridades municipales, después del atentado de Niza, hubieran encontrado manera de proteger las concentraciones humanas mediante obstáculos fijos que impidieran los atropellos masivos.

En política, todo tiene que ver con todo, y es claro que la incitación a la ruptura que emiten y mantienen los sectores soberanistas, conscientes de que están abriendo una profunda brecha entre mitades prácticamente idénticas de la sociedad civil, merece una calificación moral, que cada cual se ocupará de establecer según su propia conciencia. Algunos -no sé cuántos— pensamos que esta actitud disolvente, opuesta a los criterios de amistad, consenso, unidad de objetivos democráticos y filantrópicos, etc., es éticamente condenable, ya que la satisfacción de un interés particular fractura comunidades que han conseguido unidas designios relevantes durante centurias. Y es lícito pensar que ese interés particular tiene también su parte de responsabilidad en la vulnerabilidad del conjunto.

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