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Joaquín Rábago

360 grados

Joaquín Rábago

China reclama respeto a EE UU

Los líderes de la milenaria China quieren hacerse respetar por un advenedizo, ignorante de la historia, como es el presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

Consideran que no es quién el republicano para dar a Pekín instrucciones sobre cómo tratar a su vecina del Sur, la Corea del Norte de Kim Jong-un.

Y amenazan con responder con la misma moneda a las sanciones comerciales que pudiera adoptar Washington para presionar a Pekín si es que finalmente se decidiese por esa vía.

Si Trump mantiene una postura ambivalente hacia Moscú, no ha ocultado en ningún momento su animadversión hacia China, a la que acusa de haberle robado a EE UU empleos y cuotas de mercado.

El gigante asiático es una potencia en ascenso que aspira a desempeñar un papel de primera fila en los asuntos mundiales y acabar así con cerca de un siglo de hegemonía absoluta norteamericana.

China no para de invertir en todo el globo: lo mismo en África que en América Latina, por supuesto en Asia y Australia, pero también en Europa, donde, entre otras cosas ha empezado a comprar puertos como el griego del Pireo.

A la conferencia de Pekín del pasado mayo en la que se trató de los proyectos de infraestructura para la integración del continente asiático con el resto del mundo asistieron veintiocho jefes de Estado y de Gobierno así como delegados de más de un centenar de países.

En ella se anunciaron nuevas inversiones por un total de 70.000 millones de euros, que se sumaron a compromisos anteriores como el de creación de un pasillo económico sino-paquistaní presupuestado en otros 50.000 millones.

China quiere romper la hegemonía de que ha disfrutado Estados Unidos en toda la zona del Pacífico gracias a la derrota infligida a Japón y a las rivalidades que mantienen entre sí muchos países de la región y permiten a Washington ejercer de árbitro.

Tras la derrota del imperio nipón, Washington estacionó a decenas de miles de militares tanto en aquel país como en Corea del Sur y se garantizó el uso para su Séptima Flota de numerosos puertos y bases de países aliados como Singapur, Australia o Filipinas.

Al mismo tiempo estableció alianzas formales como la existente con Tailandia o relaciones especiales con Vietnam o Mongolia, países ambos que siempre han recelado de la poderosa China.

Pero como le ocurrió con la OTAN, el presidente Trump parece dudar del beneficio que supone para su país todo ese despliegue y pretende que sus aliados asiáticos paguen más por la defensa que les brinda.

Al descolgarse por motivos de puro egoísmo del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, EEUU ha abierto una brecha por la que no ha tardado en colarse China, que no formaba parte del mismo y aspira ahora a liderar la integración asiática.

Algo similar ha ocurrido con el abandono estadounidense del acuerdo de París sobre el cambio climático, que permite a Pekín presentarse como el auténtico líder en la lucha contra el calentamiento del planeta.

Esa retirada paulatina de Washington de sus compromisos internacionales provoca desconfianza en muchos de sus aliados, que, como ocurre con Pakistán o Filipinas, parecen situarse cada vez más a la sombra de China.

Hay, sin embargo, otros, como Japón o la India, que en ningún caso están dispuestos a aceptar la hegemonía de Pekín y que podrían perseguir su propia carrera armamentista. Es lo que hace ya la India, convertida mientras tanto en el mayor importador mundial de armamento.

Países que, a diferencia de China, Pakistán o la India, aún no tienen la bomba atómica podrían verse tentados a emprender su propio rearme nuclear en vista de lo que sucede en la península coreana. Sería sin duda el peor escenario posible.

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