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Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

Frente al yihadismo

Mucha gente cree que somos culpables de los atentados yihadistas por nuestra cobarde actitud de cochinos burgueses hedonistas.

Se podría decir que hay dos reacciones arquetípicas cada vez que se produce un atentado yihadista como el de las Ramblas. Para el buen derechista, seducido por el discurso del supremacismo blanco -heredero de la mentalidad colonial-, todos los inmigrantes musulmanes son seres inferiores que jamás podrán integrarse en nuestra sociedad. El musulmán lleva inscrito en su código genético ser un traidor ignorante del que jamás nos podremos fiar. A la que te das la vuelta, te la clava por la espalda. Por lo tanto, no hay espacio para la inmigración musulmana en nuestra sociedad y de una forma u otra debemos expulsar a todos esos moros follacamellos (repito los sutiles calificativos que circulan por las redes sociales).

En el otro extremo del arco político está el buen izquierdista, siempre seducido por la retórica de la identidad y de la victimización y de la queja permanente. Y para el buen izquierdista, el inmigrante musulmán es un ser vulnerable y explotado que jamás podrá actuar con mala fe. En su vida no hay nada más que miseria e ignorancia de la que él (o ella) jamás son responsables. Todo el mundo le explota: los judíos que se apropiaron de sus tierras, los jeques petrolíferos que los mantienen en la ignorancia, los dictadores protegidos por Occidente que fomentan la superstición y la tortura, o sus conciudadanos europeos que los miran con desprecio. En cierta forma, el inmigrante musulmán es la reencarnación del proletariado occidental ya desaparecido, así que en el imaginario izquierdista ha pasado a ser el depositario de todos los viejos valores proletarios (austeridad, resistencia, sufrimiento, valor). Por lo tanto, el inmigrante musulmán siempre será una víctima y jamás podrá actuar como verdugo, ni siquiera cuando sea el protagonista de unos atentados como los de las Ramblas. Y si se demuestra que ha hecho algo deplorable, siempre será porque ha sido engañado y manipulado. Para el buen izquierdista, los únicos culpables de la violencia yihadista son el perverso capitalismo occidental y los servicios secretos de Israel y la propaganda religiosa de las monarquías petroleras del golfo. Y nadie más.

Hay una tercera tendencia, por desgracia cada vez más numerosa: la de los que piensan como reaccionarios (y así lo expresan cuando están entre amigos y gente de confianza), aunque en público siempre se manifiesten como bondadosos izquierdistas, no vaya a ser que los tomen por fachas o por malas personas. Hoy por hoy, esta tercera vía de los hipócritas que dicen pensar como progresistas aunque en realidad sientan como reaccionarios va creciendo cada vez más. Por ejemplo, en el campo del independentismo catalán.

Pero estas dos formas de juzgar el yihadismo están equivocadas. Ni los inmigrantes musulmanes son seres inferiores que jamás podrán integrarse entre nosotros ni enfrentarse a los yihadistas, tal como sostienen los buenos derechistas; ni tampoco son seres candorosos que si reaccionan mal -cometiendo un atentado, por ejemplo- es porque antes han sido manipulados o explotados o humillados, tal como creen los buenos izquierdistas (Ada Colau, la CUP, un amplio sector de Podemos), para quienes el mal es patrimonio exclusivo de los financieros occidentales y de los políticos corruptos del PP. Pues va a ser que no. Las cosas son mucho más complejas. Y mucho más difíciles de analizar.

En primer lugar, hay muchos musulmanes que se oponen a los yihadistas. Basta pensar en los miles de soldados y voluntarios que combaten contra el Estado Islámico en Siria y en Irak, bastantes de ellos mujeres, por cierto, como las mujeres kurdas que combaten en primera línea. Y basta pensar en las mujeres y niñas valientes -como la paquistaní Malala- que se han enfrentado a los integristas y los han desafiado y han pagado muy caro por ello. Y basta pensar en un escritor como Mohamed Chukri, que se sentaba cada día en el bar Negresco de Tánger, rodeado de libros y de botellas de alcohol, desafiando a los yihadistas que habían dado orden de matarlo por impío y borracho. Y se podrían citar miles de casos de musulmanes que conviven de forma ejemplar entre nosotros. Estoy seguro de que todos conocemos alguno.

Sin embargo, es una ingenuidad temeraria creer que el odio visceral contra los valores occidentales (y entre esos valores están la libertad de pensamiento, la libertad sexual, el matrimonio homosexual y los derechos de la mujer) es una reacción justa ante la violencia y la marginación que sufren muchos inmigrantes musulmanes. Es decir, que en realidad nosotros somos culpables de los atentados por nuestra cobarde actitud de cochinos burgueses hedonistas. Pues no. Las causas de ese odio contra Occidente son complejas y nos llevará mucho tiempo descubrirlas -en mi opinión, el nihilismo, el narcisismo y el discurso omnipresente del odio al adversario son algunas de las más importantes-, pero es innegable que el odio mortífero existe entre muchos musulmanes y que no podemos hacerle frente si nos negamos a reconocerlo. Hay gente que prefiere gritar "Paz, paz, paz" y cree que así ya lo ha arreglado todo. Esa gente no sabe lo equivocada que está. Y lo mucho que aún nos tocará sufrir en el futuro.

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