Estos días ha saltado a las primeras páginas de los medios de comunicación una actuación llevada a cabo por un grupo de jóvenes, en el Paseo Marítimo de Palma, que expresaban su rechazo al turismo de masas; el cual, según su versión, provoca "trabajos precarios, desplazamiento de vecinos, carreteras saturadas, cierres de tiendas de barrio y apertura de comercios destinados únicamente a los turistas". La radicalidad del acto es el síntoma de una enfermedad que, de no abordarla con celeridad, se puede convertir en un serio problema social y económico.

En Balears, nadie duda que el turismo sea nuestra principal fuente de ingresos. Es el motor económico casi exclusivo, es donde se generan la mayoría de los empleos, además de condicionar nuestra manera de organizarnos como sociedad. Y no es menos cierto que existe una parte del sector turístico (seguramente tan minoritario, como minoritario son los activistas que han perpetrado la acción contra el turismo) que ha funcionado, y sigue funcionando, como si de una explotación latifundista se tratara, lo cual ha generado -y genera- un rechazo social importante, que tiene como una de sus principales consecuencias que los ciudadanos de Balears vivan de cada vez más a espaldas de su industria.

Si sumamos a lo anterior una salida de la crisis económica sustentada en la desigualdad y la precariedad, donde el crecimiento del PIB Balear (en cifras superiores al 4%) o el aumento de los beneficios empresariales (que se encuentran ya por encima de los del año 2008) no repercuten en una mejora de las condiciones salariales, laborales y de vida de los trabajadores y trabajadoras de esta comunidad autónoma -y esto ocurre mientras vemos como crecen el número de visitantes a nuestras islas- rápidamente se suscita una acuciante cuestión ¿para qué tanto si nos llega tan poco?

Y esta es, sin duda, la nueva enfermedad que padece la economía balear: estar prisionera de la radicalidad de ambos extremos; por un lado la turismofobia que culpabiliza al turismo de los problemas que tenemos como sociedad y, por otro, un sector del empresariado turístico que se está aprovechando de la coyuntura para sacar el máximo beneficio, aunque sea rozando la explotación de los trabajadores y trabajadoras. Mientras tanto, la gran mayoría apostaría por alcanzar acuerdos y generar consensos para construir unas Balears sostenibles, donde la comunión de intereses económicos, laborales, sociales y ambientales generen sinergias para conseguir ser un referente turístico a escala global.

Pongamos, pues, en valor nuestras fortalezas. Somos un destino seguro, en su sentido más amplio, y poseemos un entorno extraordinario, donde el atractivo del medio natural nos da un valor fuera de lo común. Además la concienciación de la preservación del territorio genera un amplio consenso social y ayuda a poder aplicar políticas de gestión medioambiental sostenibles. Disponemos de una situación privilegiada al estar a dos horas de las principales capitales europeas, y nos coloca en una posición de ventaja respecto a otros destinos del mediterráneo. Si a ello le sumamos el amplio conocimiento del sector que dan los más de 50 años de desarrollo turístico de nuestra comunidad, con empresas punteras en el alojamiento turístico, y unos trabajadores y trabajadoras con experiencia fruto de esos 50 años en el sector, sin duda poseemos todos los ingredientes necesarios para conseguir ser la industria turística sostenible líder en el mundo.

Si tenemos diagnosticada la enfermedad y sabemos cuál es la vacuna a aplicar, no nos despistemos con los sarpullidos que genera, y centrémonos en aplicar el tratamiento. En otras palabras, no consintamos que determinadas actuaciones censurables, de unos y de otros, no distorsionen los objetivos de la gran mayoría.

*Secretario General de CCOO Illes Balears