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Catalanes silentes

La llamada independentista en Cataluña es tramposa porque, al basarse en pulsiones subjetivas y en adhesiones sentimentales que aparentan una vehemencia heroica, saca el debate político del terreno insustituible de la racionalidad, al tiempo que amedrenta a sus adversarios y los condena al ostracismo y al silencio.

Hoy día, el independentismo no alcanza a la mitad de los electores, según han permitido constatar las propias elecciones y las encuestas, pero se ha alzado con la inmensa mayoría de las voces políticas y sociales. El sí, incisivo, sonoro, adquiere resonancias épicas y patrióticas, en tanto el no es una rémora, lastra la positividad de las circulaciones sociales, es impertinente e inoportuno. Quizá por ello, las voces que se escuchan en Cataluña son separatistas, y en todo caso condescendientes con el soberanismo.

Podría decirse que en esta Cataluña silente, que no expresa su negativa y su horror hacia una fractura que no desea, es cobardía moral. Pero en el fondo es irreprochable sentido de la supervivencia, instinto de conservación: si la independencia se alcanza, ¡ay de quienes no hayan sido calurosos adherentes a ella! Ya se ha visto que los tibios han sido abruptamente expulsados de la administración catalana. Imagínense lo que ocurriría con los adversarios si los represores llegaran a gobernar, seguros de su absoluta impunidad.

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