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Antonio Papell

Neymar, negocio y deportividad

El traspaso de Neymar, jugador del Barcelona, al Paris Saint-Germain, tras pagar una cifra astronómica sin precedente , 222 millones de euros, plantea numerosas cuestiones extradeportivas

El traspaso de Neymar, jugador del Barcelona, al Paris Saint-Germain (PSG), tras pagar una cláusula de rescisión de 222 millones de euros -una cifra astronómica, sin precedentes en este deporte„, plantea numerosas cuestiones extradeportivas que en todo caso conviene tratar en el análisis político, dado que el fútbol es relevante fenómeno sociológico de movilización de masas y también, probablemente, de difusión de valores.

La cantidad que se ha movilizado, unos 37.000 millones de las antiguas pesetas, es inquietante, pero no tendría sentido establecer, por absurdo, alguna clase de parangón en este precio y la retribución de un puesto de trabajo. Neymar, como algunos otros astros del firmamento futbolístico, es ante todo un soporte publicitario, y su valor real no se mide mediante parámetros deportivos ni mucho menos laborales sino por su capacidad para mover patrocinios, vender camisetas, aportar al club una serie de intangibles, desde publicidad estática a audiencia en las retransmisiones por televisión, que suben de precio. En definitiva, el traspaso es ante todo un asunto mercantil, aunque el catalizador que moviliza todos los recursos sea la pasión deportiva.

Dicho esto, la inquietud que suscita el pago de este elevado precio es la desnaturalización de la competición. La UEFA, con buen sentido, ha establecido criterios de juego limpio financiero, que pretenden mantener la limpieza de la confrontación futbolística, en la que cada club está obligado a mantener el equilibrio presupuestario, permitiéndose tan sólo aquellas inversiones -en jugadores, salarios e inmovilizado fijo„ que le permitan sus ingresos. Y las aportaciones que se realicen deben ser reales: la competición quedaría viciada si un club recibiera, por ejemplo, ayudas públicas o donaciones de particulares a fondo perdido. La UEFA incluso tiene establecidos los límites de la capacidad de endeudamiento de los clubes, que no puede pasar de 5 millones de euros anuales, o hasta 30 ocasionalmente si la contribución es de sus propietarios.

En este sentido, el Paris Saint Germain, propiedad de un jeque qatarí, deberá justificar contablemente que podía permitirse el dispendio. Según Deloitte, el PSG obtuvo en la temporada 2015-2016 unos ingresos de 515 millones de euros. Es obvio que para Qatar, que está realizando inversiones gigantescas en la organización del Mundial de 2022, estas cantidades son irrisorias, pero las reglas son las reglas, y el club francés debe cumplirlas.

En realidad, en este punto está el quid de la cuestión: incluso en estos tiempos en que las cantidades que se mueven en el fútbol son estratosféricas -el Madrid, el Barça y el Manchester tienen ingresos anuales superiores a 600 millones de euros„, debe seguir rigiendo el juego limpio, que ha de consistir precisamente en el equilibrio presupuestario en un marco de total transparencia. Sólo así, conociendo que se respetan escrupulosamente la reglas que determinan la igualdad de oportunidades de partida en la competición, la pasión deportiva no se desvanecerá. Algo que ocurriría si los clubes terminaran convirtiéndose en el juguete de los magnates.

Los clubes de fútbol, en nuestros países europeos, poseen además una ciudadanía colectiva que es la que genera el consiguiente sentimiento de pertenencia. Para conseguirla, desarrollan actividades secundarias -cuidado de la cantera y de los clubes juveniles, actividades sociales, promoción filantrópica del fútbol en el tercer Mundo, etc.„ que contribuyen a vincular la institución a su base social. De este modo, tales organizaciones disipan tensiones, encarrilan la ociosidad, permeabilizan los territorios, generan todo un universo simbólico que aporta ingredientes positivos a la globalización. El Real Madrid y el Barça, por ejemplo, son embajadores de España en un ámbito cada vez más global, lo que acaba generando vínculos culturales, comerciales y turísticos.

En definitiva, el fichaje de Neymar debería servir para poner de manifiesto que existen reglas para mantener el juego limpio, y que operaciones como esta obligan a comprobar si se cumplen. Sólo con este requisito, el aparatoso traspaso resultará inobjetable.

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