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De Barcelona a Macchu Pichu

La ciudad de Barcelona saltó a los medios de comunicación de todo el mundo hace unas semanas porque sus habitantes, sobrepasados por la invasión de visitantes, colocaron en una encuesta el turismo en el primer lugar de sus preocupaciones. Ahora, ha dado la vuelta al mundo la noticia de que las ruinas de Macchu Pichu en Los Andes peruanos están materialmente colapsadas por una invasión turística que ha desbordado la capacidad del lugar. Machu Picchu fue declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco en 1983; durante los años siguientes, con las zonas rurales de Perú asediadas por el terrorismo fanático de Sendero Luminoso, la ciudadela inca recibía poco más de 100.000 visitantes al año, pero en 2016 los visitantes fueron casi 1,5 millones. Si se construyera, como está proyectado un aeropuerto internacional de Chinchero, en sustitución del pequeño y saturado de Cusco, el colapso sería total.

El turismo es fruto de la globalización, del alza del nivel de vida de las clases medias, de la creciente movilidad y el auge de la aviación, y genera riqueza, vincula a los pueblos entre sí mediante el conocimiento del otro y extiende la cultura. Pero hará falta alguna forma de organización para que el atractivo de un lugar, de un paisaje, de una ciudad no suponga su muerte social y el nacimiento de una especie de "naturaleza muerta", de un mausoleo desolado. La ordenación de territorio y el urbanismo son ciencias con futuro en este sentido.

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