La precarización de las condiciones laborales y vitales de la población no es algo coyuntural que desaparecerá con la vuelta del crecimiento económico. Es la apuesta estructural de una estrategia de recortes sociales y laborales impuesta de manera especial en Europa, que se fundamenta en una desigual correlación de fuerzas entre trabajo y capital.

En Balears tenemos un claro ejemplo de cómo funciona esta concepción y visión de la sociedad y las relaciones laborales. Somos una economía que en los últimos tres años ha crecido más de un 8% su PIB, y la previsión para 2017 es del 3,5%, corregida ya al 3,8%; por tanto tenemos una economía que ha iniciado un ciclo expansivo. En cambio, los costes laborales están estancados y el poder adquisitivo retrocede fruto del incremento de los precios.

Y es que hace tiempo que venimos transitando de unas relaciones laborales donde "lo normal" se articulaba en torno a factores como la vinculación estable, a jornada completa y por tiempo indefinido entre empresa y trabajadores; la formalización contractual de la relación entre empleado y empresario de acuerdo a las cláusulas y preceptos que resultaban de las negociaciones colectivas; la asignación de promociones, reconocimientos y prestaciones según criterios fijados por ambas partes; la promulgación de una legislación laboral de carácter tutelar con fuerte participación del Estado; la aceptación del sindicato como órgano de representación de los trabajadores y como instancia de consulta frente a la posibilidad de cambios organizativos, en las plantillas, etc. Es decir, unas relaciones laborales que se fundamentaban sobre tres soportes: certidumbre, previsibilidad y fijación concertada de las condiciones laborales.

Hoy "lo normal" son la incertidumbre, la inestabilidad y la individualización de las condiciones de trabajo; elementos, todos ellos, que definen la precariedad. Relaciones laborales marcadas por contratación temporal y el tiempo parcial que nos abocan a un incremento de la rotación en el empleo y, sobre todo, vínculos caracterizados por el miedo a perder el empleo, hecho que hace que se acepten con resignación las devaluaciones salariales, los incrementos de carga de trabajo y las prolongaciones de jornada, mientras aumentan los ritmos de trabajo hasta el punto que se afectan inexorablemente la salud de los trabajadores y trabajadoras.

Hasta aquí el relato de la manera en que estamos construyendo una sociedad desigual y que no tiene visos de reducirse gracias, en primer lugar, a poner por delante los intereses de la economía financiera antes que los de la economía productiva, y por otro, a una avaricia empresarial que no parece tener limite y que generara un conflicto social de una dimensión difícil de calcular. No se puede mantener la estabilidad en una sociedad democrática teniendo a una parte importante de la misma en condiciones de vida y trabajo low cost.

Estamos en una encrucijada que necesitara de líderes políticos, empresariales y sindicales con altura de miras, visión de futuro, capacidad para arriesgar, con mucha intuición y que salgan de su zona de confort para acometer los retos que necesitamos como sociedad, como ciudadanos y como trabajadores y trabajadoras. Retos que pasan por establecer prioridades que tengan en cuenta las personas y que pongan el trabajo en el centro de la sociedad como elemento vertebrador y cohesionador, recuperando la certidumbre, previsibilidad y fijación concertada de las condiciones laborales que nunca se debió de perder.

* Secretario general de CC OO Illes Balears