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Distracciones estivales 2

Muchas veces para descubrir algo tan sólo hay que cambiar el punto de vista. Sucede en la vida como en el arte, y me pasó a mí hace pocos días cuando tuve ocasión de contemplar dos cuadros. Se trata de los monumentales La multiplicación de los panes y los peces y Moisés haciendo brotar el agua de la roca, de Murillo. Estos lienzos de azarosa historia estuvieron a punto de salir de España, como muchos otros, en tiempos del rey José I y del mariscal Soult, que rapiñó cuanto pudo gracias al descontrol reinante por entonces? y, me temo que, también, a la desidia general. El hecho es que se encuentran en el lugar para el que se hicieron, la sevillana iglesia de San Jorge. Al estar situados en alto, y debido a sus dimensiones (casi seis metros por tres), resulta muy difícil apreciarlos in situ, si bien en estos tiempos cualquiera puede entrar en Pinterest y tenerlos como fondo de pantalla. Claro que aún los encontrará velados por algo que no perdona a nadie: el tiempo, que se ha encargado de oscurecer los barnices, alterar algunos colores e incluso tapar por completo detalles curiosos puestos por el pintor.

Pese a compartir tamaño, no pueden ser más distintos. La Multiplicación presenta una escena estática, con un Jesucristo sedente administrando el milagro, una multitud que sólo se advierte de lejos (trazada con pinceladas coloristas y sueltas, como salidas de mano de un impresionista), y una pequeña representación de la plebe en actitud contenida y respetuosa. En cambio, el ambiente del otro no puede ser más festivo. Todas las figuras tienen el mismo tamaño y ocupan el mismo plano, y aunque Moisés y Aarón intentan mantener el tipo y guardan una actitud a lo Cecil B. de Mille, la compañía que los rodea no disimula su alegría al ver que por fin, y en plena travesía del desierto, van a poder beber hasta hartarse. Allí, pintada con técnica maestra, hay una escena que vibra con una fuerza que el tiempo no ha logrado empañar: la propia vida en acción. Una multitud de criaturas -humanas y animales-, en pleno regocijo, hacen cola sin mucha disciplina y beben en todo tipo de recipientes imaginables o, directamente, del manantial. Sobre el fondo del correr del agua se intuyen risas, ladridos, llantinas, relinchos, charlas y gritos; un chaval a caballo nos mira con descaro y señala la fuente para hacernos partícipes del momentazo. En la esquina superior derecha, pensativa y ajena al bullicio, asoma la cabeza de un dromedario. Es uno de los descubrimientos que han salido a la luz en el proceso de limpieza y restauración de los cuadros, que el personal del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico lleva a cabo hasta el mes de diciembre. Verse frente a frente con estas obras produce una sensación inolvidable; algo que, por suerte, está al alcance del público, pues se han organizado visitas a los talleres. Quienes todavía piensen que Murillo era un pintor de estampitas religiosas deberían pasarse por allí: se llevarán una sorpresa más que grata.

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