Diario de Mallorca

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Matías Vallés

Los 'hooligans' que se quedan

El hooligan que vomita en Punta Ballena me preocupa menos que su compatriota que cierra un camino público de Mallorca, para demostrar a los nativos quién manda en la isla que se ha comprado. El nazi que la emprende a puñetazos en la Playa de Palma me duele menos que su compatriota que se instala en Mallorca efectuando una reforma ilegal de su vivienda, consciente de que nadie va a sancionarlo en esta parte de África. Los turistas aportan solo la cortina de humo de un territorio entregado a ciudadanos y empresas extranjeras, de rapacidad ejemplar y actitud netamente colonial. Los mallorquines hemos arrodillado al servicio de estos depredadores sin escrúpulos el aparato inmobiliario, legal, político, financiero, judicial, policial y por supuesto mediático.

El único beneficio tangible del turismo ha consistido en duplicar la población de la isla y el número de turistas. De nuevo, los hooligans efímeros son mosquitos frente a los buitres perennes que invierten aquí como en Tanzania, y con el mismo sentido de propiedad. No solo hay que aplaudir a Antoni Noguera por ser la primera autoridad que llama "basura" a la basura llegada de potencias extranjeras, hay que recriminarle que se quede corto al circunscribirla al Ballermann y no extenderla a las zonas de lujo del litoral o a la Tramuntana. Es urgente una rebelión de los mallorquines temporales, que sufren a la isla desde toda la vida, contra los neomallorquines espaciales que se comportan como caciques porque se han comprado un piso.

Ningún mallorquín afirma con seriedad que se encuentra hoy mejor en la isla que hace una década. Para nueve de cada diez, el infierno de los turistas y los hooligans permanentes no está compensado económicamente, salvo que alguien pueda explicar por qué somos más pobres que Aragón o La Rioja. Los bárbaros que vomitan en nuestras playas, en nuestros espacios sagrados y en nuestra mermada dignidad trasladarán su náusea a otras geografías. Nosotros pagaremos la resaca, tras haber padecido la fiesta.

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