En virtud de los acuerdos de gobierno que se firmaron hace dos años, este viernes ha tenido lugar finalmente el relevo al frente de Cort. El socialista José Hila ha cedido la vara de mando al ya nuevo alcalde de la ciudad, el ecosoberanista Antoni Noguera. El traspaso de poderes no constituye un simple acto simbólico, sino que encierra una profunda significación política. En primer lugar porque, a pesar de la acendrada tradición pactista que encontramos en muchos municipios de la part forana, nunca antes se había acordado sustituir a un alcalde por otro dentro de una misma legislatura en la capital de la isla. Por supuesto, a nivel administrativo y de gestión, las incógnitas que se abren son múltiples y se requerirá un trabajo de ingeniería fina para que el engranaje municipal no se vea afectado por el cambio de equipo en la alcaldía. En segundo lugar, porque no se puede obviar tampoco que, por primera vez desde la restauración democrática Palma va a ser dirigida por un edil nacionalista. Es un dato a remarcar, sobre todo si tenemos en cuenta que ni la sociedad palmesana ni la isleña en general son mayoritariamente nacionalistas, lo cual subraya aún más la exigencia de que Noguera actúe con un alto sentido de la responsabilidad política que permita representar al conjunto de la ciudadanía.

Los retos que hereda el nuevo alcalde son complejos, en parte como consecuencia de la presión añadida que supone ponerse al frente de una ciudad de éxito. Palma, por su riqueza patrimonial y su ubicación privilegiada, no sólo es una de las urbes más bellas del sur de Europa, sino que también ha logrado erigirse en una de las capitales del Mediterráneo. Sin embargo, el reverso del éxito implica problemas nuevos y acentúa otros antiguos. Un factor clave es el boom turístico, el cual -al mismo tiempo que genera indudables oportunidades de negocio- puede conducir a dificultades de convivencia, además de la ya evidente sobresaturación del tráfico y escasez de aparcamiento disponible. A pesar de las iniciativas puestas en marcha por el equipo de Hila en lo que concierne a la limpieza, los resultados obtenidos no pueden tildarse de satisfactorios; como excesivos resultan los niveles de contaminación acústica que todavía sufre la ciudad. En el campo cultural, la ejecución de una política que responda al carácter cosmopolita de Palma sólo puede describirse desde la frustración. Por supuesto, si una legislatura resulta un periodo demasiado breve para llevar a cabo proyectos de largo aliento, el riesgo de reducirlo a plazos de dos años abona todavía más la preocupación por una eventual falta de sintonía entre un equipo político y otro. Hay que confiar en que Hila y Noguera sean escrupulosos al máximo para evitar disonancias en la labor de gobierno y facilitar de este modo una natural continuidad anclada en los acuerdos firmados.

El nuevo alcalde ecosoberanista tiene que enfrentar además dos cuestiones de singular importancia: en primer lugar, se ha de devolver el prestigio al cuerpo de la Policía Local, después de todas las noticias que hemos ido leyendo en estos últimos meses; y, en segundo, habrá que estar a la espera de cómo evolucionan las investigaciones que se están llevando a cabo sobre los contratos concedidos presuntamente de forma irregular a Jaume Garau, exjefe de campaña de Més, uno de los cuales se habría firmado con el departamento que hasta ahora dirigía el propio Antoni Noguera.

Ciertamente, la tarea que le aguarda al nuevo alcalde es enorme en su complejidad. Los municipios representan la primera línea de la vida política y uno de los motores fundamentales para impulsar la cohesión social y la calidad de vida. Por el bien de todos los ciudadanos de Palma y de los millones de visitantes anuales, sólo nos cabe desearle lo mejor y confiar en que tenga éxito.