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Juan José Millas

Tierra de nadie

Juan José Millás

Por qué no dimite

Con lo que Bárcenas escondía en Suiza habríamos podido curar a unos 1.500 pacientes de hepatitis C. Sin embargo, la impresión general es que nos salen más caros los enfermos de hepatitis C que los Bárcenas. ¿Por qué? Por la propaganda manifiesta y por la subliminal, cuyos efectos se suman en el inconsciente del ciudadano que ahora mismo está calentando agua para el té en la cocina de su casa. Es su único vicio, el té, del que desde hace tiempo solo compra marcas blancas de aquí, pese a lo que le gustaban las de importación de allí. Ese ciudadano, que observa con un interés desmesurado el cazo de agua para cortar el gas en el momento mismo en el que el agua arranque a hervir al objeto de que la bombona de butano le duré más, ese ciudadano, decíamos, escucha la radio, donde casualmente, ahora mismo, están dando los precios del Solvaldi, el fármaco que cura la hepatitis C.

Las cantidades de euros hierven unos segundos en su encéfalo y luego se filtran, como la lluvia fina, a la parte más recóndita de su conciencia. Quizá sus emociones, que no su razón, le lleven a preguntarse si un país del tamaño de España se puede permitir el lujo de atender a todos los pacientes de esa enfermedad. Ahí comienza a funcionar de manera confusa lo que se dice y lo que no se dice. No se dice, por ejemplo, lo que nos han costado Bárcenas y Granados, por citar solo dos nombres emblemáticos. No se menciona, al mismo tiempo de informar sobre el precio de las medicinas, lo que nos está costando reflotar a una banca dirigida por sinvergüenzas. Y es que quienes tienen por el mango la sartén del Estado están convencidos de que nos salen más caros los quirófanos que los ladrones de guante blanco a los que vienen protegiendo.

Ignoramos el por qué de ese convencimiento, ya que las cifras son claras como el agua. No hay más que abrir un cuaderno y hacer cuentas. Ahora bien, en un reino en el que el ministro de Hacienda dicta una amnistía fiscal para los ricos y defraudadores que el propio Tribunal Constitucional califica de ilícita, todo es posible. Incluso que ese ministro no dimita. Y no dimite porque está convencido, como señalábamos al principio, de que nos salen más caras la educación y la sanidad y los enfermos de hepatitis C, que los ladrones amnistiados.

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