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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

¡Tintorera!

Quien no ha buceado en solitario en aguas de Cabrera, quien no haya contemplado la pendiente escarpada de los acantilados hundirse hasta profundidades de vértigo, quien no se haya sentido indefenso ante una naturaleza aterradoramente hermosa y ajena, quien no haya sentido la necesidad de escrutar el infinito espacio a sus espaldas para prevenir un peligro desconocido, no puede imaginar la mezcla de fascinación y espanto que suscita la palabra tintorera. Para los que desde niños hemos tenido relación con el mar siempre algunos de sus habitantes han sido objeto de nuestra fascinación: el pulpo, la morena, el mero, el delfín mular?, pero ninguno ha alcanzado la que nos despertaban los depredadores. Igual que águilas y halcones en el aire o los grandes felinos en tierra, han sido en el mar los escualos, aunando peligro y belleza, el objeto de nuestro interés. En nuestro entorno y en el mercado podía accederse a la mussola o al cazón, pequeños tiburones, utilizados en las empanadas de Pascua, pero nos eran ajenos los verdaderos depredadores. Tan solo algunos pescadores nos hablaban de que en las profundas aguas de Cabrera podía uno encontrarse con un depredador pariente cercano de los grandes escualos, la tintorera. Nunca vimos a ninguna a no ser en alguna referencia oceanográfica. Pasó a convertirse en un animal mítico que habitaba las ya míticas aguas de Cabrera que nos hechizaron hace cincuenta años.

La aparición de una tintorera en las aguas cercanas a las costas de Illetes y Can Pastilla ha provocado alarma entre los veraneantes, de la que se ha hecho eco la prensa internacional, de forma sensacionalista: ¡Terror, escualos en Mallorca! Después se ha sabido que la tintorera había arribado a nuestras costas desorientada, y en estado casi comatoso debido a las heridas en su cuerpo; entre otras, una de arpón en la cabeza que le impedía alimentarse. Fue sacrificada. Ocurre, en nuestro mundo tan tecnificado, en el que lo imprevisto se ha refugiado bien en los espacios siderales bien en las manifestaciones telúricas, que lo inesperado adquiere, sobre todo si estamos en verano y no hay más noticias que la reunión de Pedro y Pablo, la reprobación de Montoro, la enésima chulería de Bárcenas y la plurinacionalidad de España, la condición de acontecimiento relevante. Si estamos en Mallorca, en verano, y el acontecimiento se produce en las playas, hay tema de conversación hasta en las islas Feroe. Gajes del éxito que con lo del alquiler vacacional puede hacernos sucumbir. Los de Podemos lo tienen claro; sus reacciones son siempre como las del áspid de Cleopatra, morder sin pensárselo dos veces. O se dobla el impuesto turístico o no hay presupuestos. Esto puede querer decir que si una gran parte del alquiler turístico es ilegal y no paga este impuesto, su duplicación aumentará la congestión turística provocada por el alquiler vacacional. Parece que el odio de los podemitas hacia los hoteleros excede las dosis compatibles con la necesidad del acuerdo incluso con aquellos con los que se mantienen diferencias. No parece que la lógica del funcionamiento de una sociedad plural tenga que ver con este tipo de ultimátum impositivo, o lo tomas o lo dejas, más propio de mentalidades totalitarias que de aquellas dispuestas a contrastar argumentos en un parlamento.

Pero sigamos con lo de la tintorera, convertida en la serpiente de verano de un junio insoportable. La tintorera no es lo que era. Ha venido a convertirse en la sustituta del golfar, ¿recuerdan?, que en julio de 2006 atacó a una niña produciéndole varias heridas causadas por unas mandíbulas capaces de cortar el acero. El alcalde de Alicante declaró inexplicable el fenómeno, pues el golfar parece una serviola de tamaño medio. Se cerraron playas y la patronal turística desgranó futuras pérdidas económicas. Aquella misma semana, José Carlos Llop, nuestro recién galardonado poeta en Francia, fue atacado en la costa norte por un pez no identificado, filisteo, claro. Pero ni siquiera la serpiente de verano se limita a ser un acontecimiento inusual que nos distrae por minutos del castigo del calor. Ahora las serpientes ya son de todo el año y se suceden las veces en que culebras de dos metros aparecen en el baño de inocentes ciudadanos de Eivissa o que se organizan cacerías de los sibilantes ofidios en los secarrales de muchos pueblos de Mallorca. Pero no, la presencia de la tintorera es una metáfora de nuestra vida comunitaria. No ha venido a morder con voracidad los glúteos hiperbóreos de gente sedienta de sol y playa. Ha venido a anunciarnos con su agonía y muerte el fin de una época de paroxismo y corrupción ante el dinero. El hecho de que Álvaro Gijón haya dejado el PP (ojo, no lo ha echado Company, presumido de inocencias), conservando su escaño municipal y su escaño en el Parlament, después de que la policía haya detenido a sus padres y hermano por blanqueo de dinero, es una señal más de que el bacilo de la corrupción, que puede permanecer dormido en el corazón de los hombres y que se desperezó hambriento con el acceso al poder de hombres y mujeres del PP y de UM, ha sido enfrentado por jueces y fiscales. Es de esperar que mientras se mantenga el cuidado y la vigilancia de probos funcionarios y ciudadanos, el bacilo retroceda a su condición durmiente y se aleje en el tiempo el día en que el bacilo vuelva a envenenar el alma de una ciudad dichosa.

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