Diario de Mallorca

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Jose Jaume

Desde el Siglo XX

José Jaume

Noguera: Suciedad, ruido y sa Feixina

A un alcalde no hay que pedirle que se involucre en la resolución de contenciosos que atañen a otras administraciones, pulsión hacia lo que muchos de ellos exhiben desmesurada afición. Con gobernar su ciudad eficazmente y con decencia es suficiente. En Palma hemos padecido una colección de primeros ediles manifiestamente mejorables. Los tres últimos, dejando de lado a Hila, que ha sido un alcalde inexistente, han sido calamitosos en diferente grado: Catalina Cirer sumó buena parte de las plagas que azotaron al Egipto de los faraones. Nadie ha sido capaz de explicar cómo con ella el PP pudo protagonizar tanto naufragio. De Aina Calvo lo más benévolo que puede decirse es que su propio partido, el PSOE, ha decidido ignorarla. Su deambular por Cort también ha sido olvidado. Al supuesto mirlo blanco hallado por el PP, Mateo Isern, tan inane como Calvo, lo que después de lo visto con Cirer casi era de agradecer, la Policía Local lo dejó listo para ser políticamente apiolado. El verduguillo funcionó al primer intento.

Llega Noguera, al que se le llena la boca asegurando que es el primer alcalde republicano desde los tiempos de la Segunda República. Dejando de lado que la afirmación carece de la más mínima importancia, porque por poder, puede hasta declararse oriundo de Júpiter, habrá que preguntar a Ramón Aguiló si siendo alcalde, allá en la década de los ochenta del pasado siglo, no se sentía tan republicano como alardea Noguera que lo es. Si algún día llega la república no lo hará por el afán que el también ecosoberanista pone en el empeño.

Al que desde hoy será alcalde Noguera, y eso es lo que importa, hay que pedirle pocas cosas. Dos años no dan para mucho, por lo que repartirse el mandato no deja de ser una mamarrachada típica de las componendas partidistas. Que no alce la voz la oposición para afirmar que ellos ya lo han dicho: el PP es especialista en tales cambalaches. Los hace cuando puede, donde puede y como puede. Qué hay que solicitarle a Noguera, pues básicamente que intente solventar lo que sus antecesores, todos, han concluido con un estruendoso fracaso: limpiar Palma, adecentarla, porque sigue siendo una ciudad eminentemente sucia, hasta guarra, y proporcionar a los vecinos el imprescindible sosiego nocturno que solo concede la ausencia de ruido, un razonable silencio. Hasta hoy Palma es, además de sucia, una ciudad insoportablemente ruidosa. Las noches se convierten en un sin dormir para no pocos. De nada valen las denuncias y quejas. En Plazas y calles el jolgorio nocturno impide el derecho al descanso. Ahí tiene Noguera que actuar con la inexistente contundencia acreditada hasta el momento.

Y tiene, por supuesto, que vérselas con sa Feixina. El pedrusco fascista ha devenido un pulso que el nuevo alcalde no puede permitirse perder. Es inútil reiterar las razones por las que el pedrusco, carente de cualquier atisbo de valor monumental, ha de ser eliminado, los que quieren preservarlo no atenderán a ninguna por fundada que esté, pero sí hay que recordarle a Antoni Noguera que ha comprometido su credibilidad política en proceder a derribarlo. El Consell de Mallorca está presidido por un compañero de partido. Eso debería facilitar los trámites y dejar en manos del nuevo alcalde la decisión definitiva. Quiso, pudo, luego lo hizo. Noguera parece que quiere, está en sus competencias poder, debe hacerlo.

Si limpia, permite que se duerma con la imprescindible placidez y libera de un recuerdo erigido a la mayor gloria del peor dictador que ha dado la demasiadas veces desgraciada historia de España, Noguera habrá aprovechado cabalmente su mandato. Déjese de celebraciones. No le darán ni una semana de cortesía. Desde la derecha lo están recibiendo con beligerancia, despreciativamente. Si Garau se lo permite, Noguera ha de ser rápido y contundente. Dos cualidades que no han sido atributo del socialista José Hila, un alcalde para tiempos menos broncos.

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