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Comodines para la demagogia

Todos hemos comprobado que puede hablarse en voz alta para trasmitir ideas o su ausencia y, en ambos casos, las posibilidades son múltiples. Por eso, hastiado como la mayoría de tanta demagogia política, me vengo entreteniendo últimamente en imaginar carpetas donde clasificar, grosso modo, lo que suelen ofrecernos.

Algunos, tal vez los más ocurrentes, se acercan al palíndromo (ya saben: igual del derecho o el revés) como recurso dialéctico. Al estilo de "Olaf usa su falo"; total, ¡para lo que va a servir! (cuanto digan, que no el adminículo de Olaf). En esa línea, la política es ver para creer o mejor su inversa: creer para ver, porque hay que tener fe para adscribirse a los planteamientos de cualquiera de ellos. En la misma tónica, podían asegurarnos que la crisis era motor para la especulación o justo lo contrario, y ni les cuento de esas palabras (libertad, justicia, coherencia, verdad€) que en sus bocas pueden condimentar el guiso que tengan a bien. O Patria, ahora que el independentismo la ha puesto de nuevo en boga tras haber perdido fuelle con la muerte del dictador. Pues bien: la palabreja puede simbolizar cuanto quieran, como es propio del comodín; desde una casualidad, al lugar en que nos encontremos bien o hicimos el bachillerato, la infancia (Rilke), recurso verbal para excusar la pillería (Cercas en Soldados de Salamina) o, según Vargas Llosa, vocablo tan triste como termómetro o ascensor, aunque se venga empleando como bandera de dignidades acosadas.

Sin embargo, convendrá dejar claro que no se trata hoy de debate ideológico alguno, sino de las carpetas y sus contenidos, tema bastante más prosaico al que añadiré una segunda para guardar otras hipocresías flagrantes y su traducción verbal. En este caso, serían frases de doble sentido (el oculto se disfraza para mejor dar el pego) y muy queridas por cualquiera de las facciones que pugnan por organizarse la vida a nuestras expensas, aunque traiga a colación algunas de las que suelen airear quienes están aún a la espera de alcanzar el poder. "Debería hacerse en el marco de un pacto", traduce un plan que podría funcionar y a un tiempo insinúa el desaire de no haber contado con ellos. En parecida tónica cabe entender las puntualizaciones "la decisión llega en todo caso con retraso" o "se trata de electoralismo fácil". Es regla sabida que, hagan lo que hagan quienes tengan la sartén por el mango, jamás acertarán a criterio de quienes esperan poltrona y así, en época de calma, "no hay acción de gobierno", mientras que de aplicarse en algo los que mangonean, se tratará del consabido rodillo.

Al hilo de todo lo anterior, no dudo que cualquiera de ustedes podría alargar el listado hasta hacerlo interminable, pero no me resisto a abrir un tercer y último dossier, entre los muchos posibles, para archivar comodines que no extrañarán sea cual sea la boca que los expela. Y elijo el verbo, en vez de "proferir", por sus obvias adscripciones al orificio trasero y más allá de un lenguaje que, si para la poeta Pizarnik era sólo pretexto para el silencio, a los que me refiero sirve para vestirse de lagarterana y dárnosla con queso o intentarlo: desde Iglesias al ínclito Hernando, portavoz del PP.

Todo lo que hacen responde a un acendrado sentido democrático que en los demás es pura apariencia -afirman con igual convicción Rajoy o Puigdemont- y, si nos remontamos al tiempo de las últimas elecciones en este país, "¿quién querría que se repitiesen?", preguntaba cualquiera de los líderes (obviamente, quien no tuviese nada que perder). Entretanto, acusar al resto de impedir la gobernabilidad por un detestable empecinamiento obstruccionista, era la queja del PP, la de C´s y PSOE respecto a Podemos o de estos frente a los socialistas€

Lo descrito puede adscribirse a cualquier comunidad autónoma, con independencia del que gobierne, junto a proclamas de una disposición al diálogo sin cortapisas que, en los demás, brilla por su ausencia. Entre las anfibologías en dicho sentido, sin hallar el adecuado interlocutor, debe sonarles eso de que "los españoles se merecen otra cosa", "estamos dispuestos a escuchar a todos" (a aparentarlo, deberían apostillar) o "conviene tener la cintura de que otros carecen, para hablar con los que piensan distinto". Ciertamente, nada nuevo bajo el sol y, para tirios o troyanos, las frases hechas: "Nadie ha hecho más que nosotros contra la corrupción"; "hay que dejar que actúe la justicia", sentenciarán con cara de haberlo descubierto tras noches de insomnio o, como si no hubiesen roto un plato, "las cosas han quedado lo suficientemente claras": para Barceló el de acá o los Monedero, Granados€ de más allá, que no para representados, oyentes y/o lectores.

Visto el panorama de ambigüedades, nadie diría que valga la pena atender a sus juicios, y cuanto puedan decir engrosará lo sabido a no ser que se elaborase un inventario lo bastante amplio como para que cualquier vaguedad, tópico o salida por la tangente, activase en el detector una alarma sonora. Mucho mejor que la bombilla roja, ya que el silbido continuado, antes de terminar la frase, impediría escucharlos y eso que saldríamos ganando. A falta de relevos que garanticen mayor honestidad, siquiera intelectual (para no abrir un nuevo frente con los euros de por medio), el alivio convertido en norma: las declaraciones y, recién iniciadas, tapones en los oídos.

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