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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

Nada sólido

En nuestro mundo, ganan las ciudades bien conectadas, pierden las zonas alejadas de los grandes flujos; ganan los trabajadores...

En ocasiones, los cambios se aceleran de un modo demasiado perceptible. No es que suceda algo imprevisto, sino que sencillamente carecemos de la perspectiva y el tiempo suficientes para adaptarnos a una serie de transformaciones que nos van dejando atrás a velocidad de vértigo. Hemos pasado de la burbuja inmobiliaria de hace una década -la riqueza patrimonial de una mayoría de españoles se medía en función de su acceso a la vivienda- a la ruina del sistema financiero, que exigió un costosísimo rescate y la socialización de las pérdidas, para de nuevo encontrarnos en los inicios de otro tsunami que hace ahora del alquiler una misión casi imposible en buena parte del territorio nacional. Según la catedrática Sara de la Rica, en la nueva economía, "el riesgo se ha trasladado de la empresa al trabajador". Los salarios se han congelado debido a una serie de tendencias imparables que difícilmente tendrán marcha atrás: la tecnología avanza con celeridad hacia la robotización del trabajo y, por otro lado, la globalización ha traído una sobreabundancia de trabajadores que se desplazan de un continente a otro según las necesidades industriales y de servicios que plantea la economía. En palabras de mi amigo el historiador Jaume Claret, dos son los grandes beneficiarios de esta tendencia: "las clases megaaltas, que desayunan en Londres y cenan en Tokio, y los potentes movimientos migratorios, que arrancan de los países del Tercer Mundo o de las zonas en conflicto y que se ven forzados a huir a Occidente en busca de un futuro mejor". Conviene señalar que lo característico de la globalización sería eliminar las restricciones geográficas, por lo que los condicionamientos del territorio vuelven a jugar un papel fundamental. Ganan las ciudades bien conectadas, pierden las zonas alejadas de los grandes flujos; ganan los trabajadores que pueden desplazarse con facilidad, pierden los que se vinculan -como una condena- a un único espacio. La brecha social va en aumento, aunque esto no necesariamente suponga una merma en la calidad de vida de los ciudadanos: otra de las extrañas paradojas del tiempo que vivimos.

Sería ingenuo pensar que la aceleración no se traducirá en una profunda mutación de los valores. Regresa, por ejemplo, la tentación renacionalizadora frente a la cesión de la soberanía. El Brexit, el procés y la retórica proteccionista de Donald Trump son fenómenos políticos independientes pero que responden a una lógica similar: reforzar las fronteras en el sentido más amplio posible. No se trata estrictamente de una revuelta de las elites -como teorizó hace unas décadas el crítico cultural Christopher Lasch-, sino de una reafirmación de lo más cercano -"nuestra nación primero"- frente al empuje del cambio. Lo sólido se disuelve bajo la consideración de su obsolescencia. En diez años, el Banco Popular ha pasado de ser la institución financiera más sólida del viejo continente a desaparecer. Las nuevas fortunas han surgido de la nada -sería el caso de los gigantes tecnológicos reunidos bajo el acrónimo de FAANG (Facebook, Apple, Amazon, Netflix, Google) o de la empresa gallega Inditex-, los valores tradicionales colapsan y la educación vive sumida en una crisis de identidad tal vez sin precedentes. Nos asomamos a un modelo de escuela que quiere enseñar a pensar sin contenidos previos sobre los que pensar, que trabaja en red, que prioriza el hacer sobre el saber y que desprecia lo que usualmente se ha denominado "cultura clásica": del latín y el griego a la filosofía, de la historia universal a la lectura de las grandes obras literarias. La guerra cultural que se ha abierto entre los docentes favorables a las modas educativas y los defensores del viejo credo se cerrará sin duda con la demolición de lo antiguo, aunque nada de valor pueda surgir de teorías ya desacreditadas por la ciencia, como la de las inteligencias múltiples, que se aplica sin rigor alguno en muchas de las aulas de nuestro país.

El prestigio se asocia a la innovación y al futuro. El gran reset que está teniendo lugar ante nuestros ojos dejará una legión de víctimas y otra de ganadores, una de apocalípticos y otra de integrados. Nada nuevo bajo el sol, se diría. No es la primera vez en la Historia que un mundo aparentemente sólido es destruido. Ni tampoco será la última.

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