Nuestro destino turístico está en un momento clave. Sabemos que gestionar el éxito de una ocupación tan elevada resulta muy complicado, fundamentalmente porque ofrecer calidad a un número ilimitado de turistas, implica disponer de unos recursos que sí son limitados. Y hablo de nuestro maravilloso, pero frágil territorio, hablo de la gestión medioambiental de recursos y de residuos, hablo de nuestra capacidad de movilidad interna en la isla, y también hablo de la calidad de nuestros servicios turísticos.

A nadie se le escapa ya que las costuras de nuestra isla comienzan a tensarse en extremo. Por ello, tenemos el reto de conjugar unas ocupaciones máximas, con la posibilidad de ofrecer esos servicios de calidad que queremos. Hace casi 20 años hablábamos ya de limitación del crecimiento de plazas hoteleras, si no de decrecimiento. Y hoy, además de haberlas incrementado, estamos ofreciendo como turísticas miles y miles de plazas que eran residenciales, y se ofrecen hoy, multiplicadas, con una rotación de turistas incluso de un par de días. Resultado: mezcla difícil de ambientes residencial y turístico, y encarecimiento de la vivienda de alquiler residencial que dificulta el acceso a una vivienda digna.

Junto a esta situación, vuelven con fuerza las imágenes de algunos escándalos ligados a borracheras e incivismo. Y todo ello supone un incremento de críticas a nuestra propia industria turística, sin recordar que una crisis de esta industria tendría consecuencias nefastas para nuestro modo de vida, pues es la principal generadora de la mayoría de empleo directo e indirecto que disponemos, y que, dicho sea de paso, necesitamos dignificar y retribuir mejor.

Todos nuestros destinos insisten en incrementar la calidad, y competir con ella, y no con los precios. Y ése es el camino, sin duda. Pero las resistencias al cambio deben ser vencidas. No podemos permitirnos mantener ofertas ancladas en el "todo vale" o en el repetido mantra de que "el peor turista es el que no viene". Pues no. Hay turistas que sería mejor que no vinieran si lo que buscan es, exclusivamente, un desenfreno prohibido en sus latitudes. Y ahí, o apostamos todos, o la baraja se rompe.

Magaluf está siendo reconocido ya como un ejemplo de reconversión, y no de excesos, pero determinadas prácticas que aún perduran nos devuelven imágenes de borracheras, peleas y excesos que copan las portadas y manchan estos esfuerzos reales e intensos de reconversión. Y cuando esto ocurre, muchos sólo se giran y exigen más policía como única solución. Incluso los que son parte del problema. Estamos equivocados si creemos que sólo con una mayor presencia policial y de Guardia Civil, se solucionaría. Es cierto que necesitamos más efectivos, sin duda. Pero no es menos cierto que hay que ir a la raíz del problema, y a su prevención.

Las importantes inversiones en reformas hoteleras ya acometidas y las que vendrán, el esfuerzo de algunos empresarios de ocio en dar un salto de calidad con las mejoras de sus locales y actividad, la apuesta de algunos comerciantes en modernización de sus negocios, y el trabajo de la Administración con las inversiones de mejora de entornos urbanos previstas, los cambios de ordenanzas efectuados y los incrementos en servicios de limpieza y de seguridad, muy costosos para el erario público, dibujan una transformación del destino hacia la calidad que no tiene marcha atrás. Pero no es suficiente si no somos todos los actores implicados los que remamos en la misma dirección.

El exceso de oferta gratuita o agresiva de alcohol es una de las causas evidentes de estos desmanes que aún padecemos. Creo que hemos de ser claros y evitarla. Para ello, deberíamos regular cuanto antes el "Todo Incluido" con unos estándares de calidad que, a mi modo de ver, deberían contemplar también sacar el alcohol gratuito de esta oferta, limitándolo sólo a unidades lógicas en las comidas. Del mismo modo, habría que acabar con esas prácticas de ofertas agresivas de "dos por uno", "Happy hours", y "barras libres, 1 hora a 10 euros". Súmenle "Pub Crawl", "Pool Parties" y "Party boats", donde el atractivo es beber mucho en poco tiempo, y ya tienen el "cóctel" preparado. ¿Qué podemos esperar de quienes tienen a su alcance todo el alcohol que puedan ingerir a precios reducidos, después de un día sin límite de cerveza gratuita? ¿Echaremos después la culpa sólo a la necesidad de ampliar efectivos policiales, o pensaremos en ese cambio progresivo y necesario hacia la calidad?

Creo que en un destino de ocio y fiesta como el que tenemos en muchas zonas como Magaluf, debe exigirse controlar estas prácticas y llegar al sabio equilibrio de "unidad de alcohol, unidad de precio" y con ello dar productos de calidad sin necesitar un volumen de venta enorme que compense las exageradas ofertas.

Apostamos en Calvià por unos destinos turísticos ricos por su variedad: familiares, de adultos, senior, deportivos, de naturaleza y salud... y por supuesto, también de ocio nocturno. Pero hagamos que este ocio nocturno camine también hacia la calidad, como algunos ya han hecho, y exijamos unos límites a estas ofertas alcohólicas. Fiestas, noche, calor, diversión, bebida, música... sí! Pero no a cualquier precio. Nos jugamos todos mucho.

Y si regalamos alcohol, recogeremos borracheras.

*Alcalde de Calvià