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Eduardo Jordà

Los muertos de Sa Feixina

Quizá algún historiador del futuro -si es que existen los historiadores en el futuro- escribirá algún día que Mallorca, en el año 2017, vivía momentos tan felices y prósperos que la clase política podía perder el tiempo discutiendo sobre el derribo de un monumento que casi nadie sabía ni por qué ni por quién había sido erigido. Estoy hablando, claro está, del monolito de sa Feixina. Me gustaría que alguien hiciera la prueba de preguntar a cincuenta palmesanos de menos de cuarenta años, elegidos al azar, si sabrían explicar qué era el crucero Baleares. Y más aún, si sabrían decir algo sobre la Guerra Civil: el año en que empezó, por ejemplo, o el año en que terminó. O sobre el general Franco. O sobre el fascismo.

Hay gente que vive obsesionada con estas cosas, pero a la mayoría de la población le importan un pimiento. Y no sé si eso es bueno o es malo. Porque no es bueno, desde luego, vivir obsesionado por el pasado y pasarse toda la vida recordando los hechos que sucedieron hace ochenta años (o trescientos años, como les pasa a los independentistas catalanes). Pero tampoco es bueno desentenderse por completo de lo que ocurrió y vivir en la nebulosa intemporal de Instagram y Facebook, en la que de hecho no existe el pasado ni la Historia ni nada que se le parezca. El pasado es una materia fácilmente manipulable e inflamable que debe tratarse con mucho cuidado. Falsearlo o utilizarlo como medio de agitación política es algo muy peligroso a lo que sin embargo somos muy aficionados. Pero también es muy peligroso vivir en una inopia generalizada en la que nadie es consciente de que los peores hechos del pasado -las guerras civiles, las persecuciones políticas, las delaciones, las ejecuciones, los enfrentamientos- pueden repetirse en cualquier momento si se dan las condiciones adecuadas. Lo malo es que hay gente que prefiere vivir al margen de todo lo que tenga que ver con la Historia y sus consecuencias.

Mi hijo, por ejemplo, tiene que estudiar la Transición. Cuando le dije un día que yo tenía unos modestos conocimientos sobre la Transición, porque la viví con veinte años más o menos, me dijo que le importaba un pito lo que yo pudiera contarle. Y en cambio, mi hijo se lee con pasión cualquier información -por lo general fraudulenta o tergiversada- que le llegue a su móvil en forma de meme o de vídeo manipulado. Y muchos jóvenes de ahora pretenden imponer su visión de una Transición que ellos no vivieron a los que sí la vivimos, cosa que equivale a lo que hacíamos nosotros con nuestros padres y abuelos, cuando queríamos explicarles la Guerra Civil y la posguerra que ellos sí habían vivido y sufrido y de la que nosotros sólo conocíamos una pequeñísima parte, y por lo general equivocada ("Dios quiera que jamás os toque vivir una guerra", solía decir mi abuela, y eso que ella salió relativamente bien parada).

El monolito de sa Feixina dejó de ser un monumento fascista cuando le quitaron los símbolos franquistas, cosa que se hizo -y muy bien- cuando Aina Calvo era alcaldesa de Palma. Una vez despojado de simbología es sólo un monumento con el que la ciudad puede hacer lo que quiera: derribarlo, sí, pero también convertirlo en un memorial sobre los horrores de la Guerra Civil y sobre las víctimas de la guerra, que son muchas, y no sólo de un bando, como les gusta a los defensores de la Memòria Històrica. ¿O es que los marineros que murieron en el crucero Baleares no fueron víctimas de la Guerra Civil? A casi todos los enrolaron a la fuerza en la marina franquista y los obligaron a luchar por una causa que en general les debía de importar un pimiento, o que incluso debían de odiar porque ellos sentían más simpatías por las ideas comunistas o socialistas. No hablo de los oficiales ni de los voluntarios, que esos sí que eran franquistas, sino de los marineros enrolados a la fuerza, gente humilde del Molinar y de Santa Catalina a la que nadie le preguntó en qué bando querían luchar. Y lo mismo digo de los 35 marineros vascos de Ondarroa y Hondarribia que murieron en el Baleares, unos marinos que siguen teniendo su monumento cerca del puerto de Ondarroa, donde gobierna EH Bildu, por cierto, que no creo que sea un partido precisamente franquista.

Una solución inteligente sería dejar ese monumento como un recuerdo permanente del horror de la guerra y de todo lo que significó. Sí, ya sabemos que el monolito es feo, pero es que la guerra también fue muy fea. Y no costaría mucho explicar bien -con placas, con textos, con una pequeña instalación adjunta si hiciera falta- lo que ocurrió durante la Guerra Civil. Sin estridencias. Y sin partidismos. Y lo más importante, dedicándolo a las víctimas de la guerra, que fueron muchas, muchísimas. Aunque eso, claro, es lo más difícil: recordar a los muertos de la guerra sin hacer un uso demagógico y partidista de lo que ocurrió.

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