No. Esta tribuna no se refiere a las orgías que practican y a la cocaína que consumen en público -supuestamente- algunos políticos de Balears, aunque bien podría relacionarse con ello porque, las obscenidades son, por definición, actos ofensivos al pudor. El pudor, a su vez, se identifica con la honestidad, la modestia y el recato. Si actúas sin pudor, no eres honesto, sino obsceno. Quien va a orgías y se droga en público, sin duda, está cometiendo un acto obsceno para muchos. Pero insisto, no voy a hablar de eso. Voy a hablar de lo obscenas que son algunas palabras que hay que escuchar por boca de algunos políticos. Y, fíjense, no hallarán en este texto el nombre de genital alguno.

Las reacciones de una persona ante una obscenidad pueden ser de lo más variopintas. Interpretamos los actos impúdicos en función del contexto. Cuando soltamos obscenidades entre amigos, en muchos casos, pueden llegar a ser graciosas. El contexto al que me quiero referir hoy es el debate sobre la moción de censura que ha tenido lugar en el Congreso de los Diputados el lunes 13 y el martes 14 de junio. No ha sido precisamente una reunión de amigos. Vamos, que lo que viene a continuación no es gracioso.

En España ha habido tres mociones de censura. Una en 1980, contra Adolfo Suárez, propuesta por el PSOE de Felipe González. Otra en 1987, contra Felipe González, propuesta por la Alianza Popular (ahora PP) de Hernández Mancha. La última, la del Podemos de Pablo Iglesias contra Mariano Rajoy. Este último pronunció en su discurso contra la moción algunas palabras que no tuvieron desperdicio para un oído más o menos fino: "Seorías" (la dijo unas doce o trece veces), "monción", "reción nacido", "amominaciones", "Igresias", "calunnas", "fúbol", "nengún", "contructiva"? O la ya épica frase: "Cuanto peor, mejor para todos, y cuanto peor para todos, mejor, mejor para mí, el suyo beneficio político". Esas palabras, que conste, no resultan obscenas. Son producto de algún tipo de falta de concentración. A mi parecer, la obscenidad más grande que soltó el presidente del Gobierno fue que entre muchos ciudadanos existe una "falsa imagen de corrupción muy extendida". A lo que añadió: "las sentencias las acato, los periódicos los leo y las habladurías las desprecio". Brillantes palabras huecas redactadas por su asesor de comunicación y bien pronunciadas, letra por letra, por el presidente .

Uno se queda perplejo cuando escucha esas aseveraciones de la personalidad política más importante del país después del jefe del Estado. Irremediablemente luego se lo imagina fumándose un puro (supongo que es lo que hace Rajoy después de comer). ¿Entonces? Las decenas de casos instruidos, las decenas de casos juzgados, las decenas de condenados, los centenares de imputados, los millones de euros expoliados, los defraudadores perdonados de forma ilegal (según el Tribunal Constitucional). ¿Son una visión? ¿Palabrería, quizás? Repito: muchos, según él, tenemos una "falsa imagen de corrupción muy extendida". Particularmente, siento que mi pudor se ofende porque nos gobiernan personas cuyo verbo interpreto como obsceno. En realidad, mi pudor se ve mancillado por una especie de sentimiento de vergüenza por la estupidez ajena.

Me pregunto qué hemos hecho como ciudadanos para merecer que el privilegio de la mediocridad, e incluso de la maldad, sea un rasgo cultural político que nos caracterice. No entiendo cómo es posible que los jóvenes crezcan y los mayores envejezcan condicionados por personas cuya gestión pública carece de la mínima ética y moralidad, que piensan en llenar con fajos de billetes las latas de Cola-Cao, en cobrar comisiones, en contratar servicios sexuales con dinero público, o en desviar dinero a arcas suizas y panameñas. ¡Hemos visto tanto en tan pocos años! ¡Pero todo ello es un espejismo, según Rajoy!

El Gobierno no ofrece estadísticas que hablan de récords de creación de empleo. ¿Récords de qué? ¿Sabe que vemos, señor Rajoy? Que los récords son de la creación del empleo basura (a día de hoy es un logro que un joven menor de treinta años cobre 900 euros al mes), del reparto desigual de la riqueza (Cáritas acaba de decir que tener hijos en España supone un factor de riesgo de pobreza, aunque supongo que no para los miembros del Ejecutivo), de los recortes sociales, de las privatizaciones, de los beneficios para la banca, de los desahucios, de la ingeniería fiscal, de la penalización por el uso de energías renovables, de los problemas generalizados de acceso a la vivienda por culpa de una plataforma de alquiler turístico a la que nadie pone coto (vaya usted a saber por qué), de los jóvenes cualificados que siguen emigrando porque no tienen trabajo, de las personas que trabajan en condiciones de esclavitud moderna en los invernaderos de la cosa del levante y del sur peninsular. Récord en ignorar a los refugiados de guerra, de los envíos armas de Arabia Saudí, de la persecución a los que se expresan libremente en las redes sociales ideas que no son las del Gobierno. Récord de la corrupción, de darle pábulo a la mentira y a unas estadísticas que elabora el INE y que el Gobierno cocina que ni un chef de esos que dicen que lo mejor es trabajar gratis para que otros se lo lleven calentito.

Mientras muchos -quizás demasiados- miembros de su partido y de otros como el PSOE, han saqueado el país de arriba a abajo y de lado a lado, a la mayoría nos han hecho más pobres, hemos perdido poder adquisitivo, y contemplamos el futuro con una inseguridad que hace unos años no nos habríamos imaginado. Pero es una falsa imagen, según él. Somos nosotros que, como dicen en Murcia, no vemos un pijo (que se podría entender como un genital, pero que aquí no hace referencia a ningún atributo masculino). En realidad, Rajoy tiene razón en algo: los ciudadanos no vemos bien. Y de esa ceguera, ellos sacan su provecho. Si no, no me lo explico.

*Periodista