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El desliz

Esta izquierda no tira Sa Feixina

El monolito fascista tiene mejores valedores que detractores, por lo que se ha visto en el procedimiento de su posible catalogación. Si con cuatro argucias legales se altera el mandato de la ley de Memoria Histórica, la responsabilidad recaerá en los partidos del Pacte, que se muestran remisos a pasar a la acción

Una de las estrategias básicas de la política aconseja: "Si quieres que algo no se haga, pide un informe". En esas anda el Consell de Mallorca, que piensa encargar tres para añadir al grueso expediente sobre la demolición del monolito fascista de Sa Feixina y así no tener que resolverlo, o sea tirarlo, antes de que acabe la legislatura. No esperábamos gran cosa de la institución inoperante cuyo único empeño a día de hoy consiste en crear poltronas y multiplicar sus cargos de confianza con o sin competencias, y que cuenta como logro principal el de haber querido bautizar la instalación más hostil de la isla, el aeropuerto, con el nombre de Ramon Llull. Tengo entendido que su presidente Miquel Ensenyat volvió de su visita turística por los campos de refugiados de la isla de Quíos, lo he visto en las redes sociales donde sus adláteres suelen soltarse la melena, pero no podría jurarlo. Un par de comisiones más, un pleno o cinco, algún recurso judicial y ya estaremos de nuevo en campaña electoral, un tiempo poco propicio para herir susceptibilidades. Si gana la derecha, Sa Feixina no se derribará en cumplimiento de la ley de Memoria Histórica. No hará falta ni un miserable informe para llegar al mismo punto donde ha encallado la izquierda acomplejada y perezosa que nos gobierna.

La política apareja cerrar acuerdos y presentarse en las citas importantes de las que salen decisiones trascendentes con los deberes hechos. En la reunión de la ponencia técnica de Patrimonio donde se votó la catalogación del obelisco erigido en memoria de los muertos del crucero Baleares, que bombardeó pueblos y mató a centenares de personas en zona roja durante la Guerra Civil, el Consell prefirió improvisar. Resultado: cinco votos a favor, uno en contra, el de la directora insular de Patrimonio Kika Coll, y seis abstenciones. Prietas las filas, los partidarios de conservar el monumento cuyo valor histórico o artístico ya fue declarado inexistente hace año y medio no dejaron al azar el resultado de una revisión obligada por una argucia legal. Y ganaron. Sa Feixina podría no demolerse porque así lo han votado los aparejadores, el obispado, la asociación conservacionista ARCA y dos funcionarios. ¿Y si el Consell se hubiera trabajado el apoyo de los indecisos? Nunca lo sabremos. La voluntad ciudadana expresada en las urnas y traducida de forma explícita en el apoyo a quienes siempre se pronunciaron por la desaparición del monolito fascista tal y como establece la ley sería así ignorada, porque quienes defienden su inocuidad han sabido jugar sus cartas. Podemos esperar tres informes o trescientos, pero al final deberá ser una decisión política la que determine su destino. Da miedo pensarlo, a tenor del escaso empaque demostrado hasta este momento por el Pacte.

Ahí sigue el mamotreto, en conversación con ese otro engendro firmado por Calatrava, que se clavó en Es Baluard de Sant Pere sin que ninguna voz proteccionista clamase al cielo como ahora ocurre con Sa Feixina. Hay cosas muy feas en el fondo y en la forma que cuentan con excelentes padrinos. Ahí permanece, más que nunca dividiendo a la ciudadanía, lo que demuestra que los tibios se equivocaron al quererlo convertir en un homenaje a la concordia. No lo será nunca porque no está en su naturaleza. Vale lo que vale el mensaje del que nació: unos ganaron la guerra, otros la perdieron. Y de momento, la siguen perdiendo.

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