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Eduardo Jordà

LAS SIETE ESQUINAS

Eduardo Jordá

Todo es confuso

Vivimos tiempos en que las palabras se usan sin el más mínimo respeto por su significado.

Vivimos tiempos confusos. Hace bastantes años, Fellini rodó una película -creo que fue la última- que tituló "Ensayo de orquesta". La película apenas tenía argumento: sólo trataba de los esfuerzos desesperados de un director de orquesta que intentaba tocar una partitura en un concierto. Pero su propósito era imposible: los músicos no paraban de protestar. No les gustaban los instrumentos, no les gustaba la partitura que debían tocar, no les gustaba cómo dirigía el director ni tampoco el teatro donde tenían que tocar: había goteras, corrientes de aire, mala acústica. Cuando empezaban a tocar, unos se empeñaban en marcar un "tempo" distinto del que les pedía el director, mientras que otros saboteaban a los demás tocando mal y moviendo las sillas. Todo era un caos de ruidos y quejas y protestas. El director, fuera de sí, acababa arrojando la batuta y huyendo del escenario.

En su momento, la película fue tachada de reaccionaria y confusa y se consideró una prueba del agotamiento creativo de Fellini. Y desde luego que aquel "Ensayo de orquesta" no tenía nada que ver con las grandes películas de Fellini, sobre todo con "La dolce vita". Pero no era una película en absoluto despreciable. Al contrario, fue una película que se adelantó a su tiempo y que anunciaba lo que iba a ocurrir en un futuro más o menos próximo. Hacia 1979, cuando Fellini rodó la película, las cosas parecían bastante claras en cuestiones ideológicas. Hoy ya nadie parece capaz de entender nada. Y parece que hemos llegado a un momento así.

Y lo más curioso de todo es que hay múltiples causas para las quejas sinceras y para tener las cosas muy claras en unos cuantos asuntos. Estos días, por ejemplo, hemos sabido que el banquero que arruinó un banco e hizo perder cientos de millones de euros a los pequeños accionistas se retiró tan campante con una pensión de jubilación de 23 millones de euros, un pellizquito, como aquel que dice. Puede que no hubiera nada ilegal en lo que hizo ese hombre -al fin y al cabo, el banco era una empresa privada-, pero en esos 23 millones de euro de pensión sí que hay algo tremendamente indecente que nos escandaliza a todos. Pues bien, si repasamos los temas que estos días atraen toda la atención del público y se repiten en tertulias y telediarios, apenas hay una pequeña referencia a este asunto. Y en cambio, se oye hablar día sí y día no sobre temas apasionantes que sin duda tienen un efecto trascendental en nuestras vidas. La plurinacionalidad, por ejemplo, que nadie sabe muy bien en qué consiste (no he conseguido encontrar en ningún sitio una definición que me explique qué diablos es un estado plurinacional). Y aun así, Pablo Iglesias la presenta hoy, en su moción de censura, como una solución mágica a nuestros problemas territoriales. Y tenemos otro ejemplo en la pregunta prevista para el próximo referéndum catalán, si es que se lleva a cabo: "¿Está usted de acuerdo con un estado independiente en forma de república?". Se mire como se mire, ese enunciado es muy chapucero. Un Estado no es un croissant que pueda tener una determinada forma triangular o más bien redondeada. Y esto es así porque un estado no tiene forma, así sin más. Lo que sí tiene es una forma de gobierno o un régimen político, que puede ser la república o la monarquía (a menos que estemos en Corea del Norte, claro, donde es posible que nadie sepa muy bien qué régimen político disfruta). Pero eso hay que definirlo bien, claro. Porque en teoría política, la forma del Estado sólo puede referirse al modelo de organización territorial, es decir, si a un Estado es unitario o federal o confederal (como Suiza). Pero eso es todo. Y en este sentido, convendría recordar que la pregunta del referéndum de independencia escocés de 2014 era mucho más sencilla y mucho más inteligente: "¿Debería ser Escocia un país independiente?" La catalana no parece ni una cosa ni otra. Y ya que estamos, ¿merecería ser independiente un país que no es capaz de expresar de forma convincente la pregunta del referéndum de independencia? Ustedes mismos.

Pero está claro que vivimos tiempos en que las palabras se usan sin el más mínimo respeto por su significado. Incluso se ha puesto de moda -y eso ya indica a qué extremos de estupidez estamos llegando- exigir que los diccionarios cambien las definiciones de las palabras, por considerar que algunas definiciones son humillantes o vergonzosas para determinados colectivos o personas. Nadie parece haberse parado a pensar que imponer un significado a las palabras y despojarlas del sentido que tuvieron en el pasado -en libros, en refranes, en frases hechas que repetimos- significa imponer una visión totalitaria del lenguaje que sólo se han atrevido a adoptar los peores dictadores y los peores tiranos. Pero ahora mismos hay cientos, o quizá miles de personas, o incluso millones, que son estalinistas sin tener ni idea de lo que significa el estalinismo. Está visto que Fellini tenía razón cuando rodó, hace ya muchos años, su "Ensayo de orquesta".

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