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José María de Loma

Selectividad con queso

Selectividad. Por estas fechas se está celebrando en toda España. En este momento en el que usted lee este artículo (tal vez afligida por la mala calidad del café, eufórico porque en un rato parte hacia el Caribe o arriñonada tras regar las plantas) hay un chaval preparando los exámenes. Quizás en un lujoso chalé de la periferia, a solas, repasa los avatares y ocurrencias de un filósofo muerto hace trescientos años. Tal vez una chica desencantada del amor, aficionada al teatro y con propensión a la jaqueca repasa en el piso de sus padres, con ellos aún durmiendo, las fórmulas matemáticas conducentes a la resolución de un ejercicio parecido al que podría caerle en esa temida Selectividad que algunos preparan de noche, otros de día y otros nunca. Un poeta faltón revive en la mente de un veinteañero, que se estudia sus versos cómo si hubiera de recitarlos.

Yo preparé la Selectividad en una vivienda propiedad del padre de un compañero. De noche. Unas cuantas noches. La ceremonia se repetía con el crepúsculo de cada jornada: todos (siete) llevábamos algo de comer. Latas, fruta, una tortilla. Queso. El queso es un gran amigo del hombre, esté estudiando, judicatura, aprendiendo sánscrito o desmochando reses.

Había comilona y cigarros en el balcón, conversaciones sobre la muerte, el fútbol, las mujeres, la rampante dipsomanía de un profesor o la civilización maya. Y después a dormir en los sofás. Con suerte, alguien estudiaba algo. Casi todos veníamos de casa estudiados y esas noches eran más bien un conjurar el temor al día de marras. Al día de la Selectividad. La Selectividad es un rubicón vital. Hay un antes y un después de ella. El día que yo la hice hubo alubias en casa para comer. El día que fui a mirar las notas no pude desayunar por los nervios. La Selectividad ha cambiado mucho. Pero a mí me interesa más lo que hemos cambiado nosotros. Se ve lejano ese día, difuso ya, se ve a los compañeros de generación con los que uno la hizo convertidos en astrólogos, notarios, abogados, médicos, futbolistas o dueños de chiringuitos playeros. Uno es inspector de Hacienda y en primarvera no le hablamos. Otro tiene una asesoría especializada en asesorar a quienes quieren montar una asesoría. Siempre que lo veo le pregunto si le entran muchos clientes. Una vez estuve tentado de montar yo una asesoría solamente para ir antes a su asesoría a que me asesorara y proporcionarle algún ingreso, un leiv motiv vital, una ocupación. Espero que se haya casado con una millonaria o un millonario y el caso es que no sé por qué cuando lo veo no le pregunto si se ha casado o emparejado. La prudencia es a veces una barrera que traba la amistad. Hay que ser selectivos con las amistades. La vida es una selección natural, o sea, una selectividad. Conviene tener la inteligencia vital de conservar a algunos de los amigos del bachillerato. Si no, quién cuando uno queda huérfano puede ser testigo de tu pasado. Te conocen y en ellos te reconoces. Suerte a todos en la Selectividad. Y en la vida. Y con Hacienda.

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