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Gallardo

El Mallorca llevaba demasiado tiempo haciendo penosos equilibrios al borde del precipicio hasta que, al fin, se ha despeñado. Cómo no sentirse estafado por unos directivos que, tras el rotundo fracaso, hablan de continuidad. Es decir que, según ellos, la mejor opción para la temporada que viene en Segunda B es seguir como hasta ahora. Y lo cierto es que he visto al Mallorca en peores condiciones, cuando a punto estuvo de desaparecer a finales de la década de los 70. Aun así, no olvido la portada de Diario de Mallorca: algunos aficionados del equipo desplazados a Miranda de Ebro, llorando de rabia y frustración y, a la vez, insultando a los jugadores, y éstos pidiendo perdón. Estos seguidores, además de sufrir el calvario de ver a su equipo hacer el ridículo y perder la categoría, tuvieron que padecer otra humillación en el aeropuerto de Valencia, en donde durmieron en el suelo de alguna terminal.

Recuerdo el ya por entonces avejentado Es Fortí con una pobrísima iluminación, unas gradas desangeladas, un césped irregular y con muchas calvas y un repartidor de pipas y cacahuetes que subía y bajaba el graderío en busca de consumidores. Recuerdo a un extremo con entradas y patillas llamado Macario y la rupestre cuña publicitaria de Laccao, ese batido de chocolate que iba ingiriendo vía cañita mientras atendía a la voz impostada, que decía: "Laccao, Laccao, bebida de campeones." El estadio y el ambiente rezumaban desidia. El panorama era desolador. Aunque también he sido testigo del meteórico ascenso desde la tercera división hasta la elite. Y todo ello en pocos años. Cuando pienso en esa memorable escalada, me vienen a la memoria los broncos duelos con el Baleares y con el temible Poblense. También recuerdo una afición más caliente y ruidosa, y cuando todos los jugadores del Mallorca se dejaron una espesa barba que se afeitarían tras el ansiado ascenso de categoría. Sin embargo, para mí, el símbolo de aquella escalada desde los sótanos de la Tercera División hasta la máxima categoría, lo representa el malacitano Rafael Gallardo, un líbero con bigote y algo de melena que gustaba de arrancar desde la defensa con el balón controlado e ir driblando adversarios hasta plantarse en las inmediaciones del área rival, asustando a toda la línea defensiva del equipo contrario y generando ardor en la grada. De tal modo, como hacía Gallardo, el equipo también iba escalando posiciones y categorías. Un jugador bravo, de la vieja escuela que, de alguna manera, fue el resumen, el concentrado de lo que por aquellos días era el Mallorca con Antonio Oviedo al frente del equipo. Catorce años tenía yo cuando el Mallorca subió a primera división. Duró una temporada. Y Contestí, el presidente por aquel entonces, vivía en un estado de alteración permanente. Los árbitros, según él, la tenían tomada con el equipo. Tal vez, les saliera demasiado caro el desplazamiento a la isla. Ya saben, las miserias de la insularidad. Y hablando de insularidades, la próxima temporada el Mallorca se las tendrá que ver con el Formentera, lo cual tiene su aliciente, sobre todo si la visita a la pequeña isla cae en mayo o junio. Muchos años después llegaron Cúper y Aragonés. Ambos, protagonistas de los mejores años del equipo. Y la época marroquí, con Hassan y Zaki Badou.

Hoy he bordeado las ruinas del estadio Luis Sitjar y, por supuesto, no he podido evitar establecer sórdidos y obvios paralelismos. La Segunda B es dura, exige nervio, capacidad de aguante y sufrimiento. Y paciencia, mucha paciencia. Gallardo nos podría explicar alguna cosa. No en vano, él estuvo ahí, dando el callo desde las alcantarillas de la tercera división hasta alcanzar la cumbre. Del Lluís Sitjar sólo queda un muro con el viejo escudo del equipo. Y detrás, mala hierba y escombros.

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