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Eduardo Jordà

Descrédito del héroe

En general, el concepto de heroísmo no goza de mucho prestigio entre nosotros, cosa lógica si tenemos en cuenta que el valor físico...

En general, el concepto de heroísmo no goza de mucho prestigio entre nosotros, cosa lógica si tenemos en cuenta que el valor físico tampoco está bien considerado en nuestra sociedad, lo mismo que la idea de responsabilidad individual. Desde hace bastantes años, hemos inculcado a los niños un blando e indoloro pacifismo como única forma de resolver los conflictos. Desde hace años, hemos intentado eludir todo lo que tuviera que ver con la responsabilidad individual. Por eso evitamos que los niños tengan que aprender a enfrentarse con los problemas reales, y por eso mismo preferimos hacerles vivir en una falsa burbuja en la que no existan ni el miedo ni el esfuerzo ni las duras aristas de la realidad (exámenes, malas compañías, prohibiciones, sueños truncados, todo eso). Cualquier cosa con tal de evitarles el menor trauma o la menor desviación de esa idea sagrada -y por supuesto intocable- de que los niños han venido al mundo con el único objeto de ser felices. Y las veinticuatro horas del día. Sin una sola interrupción.

? Yo he visto a mis hijos, en la escuela primaria, dando saltos en el patio del colegio porque se celebraba el día mundial contra el hambre o contra la guerra o contra no sé cuántas cosas más. Nadie llevó a esos niños a conocer a una víctima de una guerra real -que las hay, y muchas, en cualquiera de nuestras ciudades-, y nadie tampoco los llevó a conocer a alguien que hubiera sufrido una hambruna real en África, por ejemplo, aunque también hay mucha gente así en nuestras ciudades. No, nada de eso. La lucha contra el hambre o la guerra -o la violencia de género o el acoso escolar- no era más que una excusa para pasar un rato divertido y agradable. Ningún niño fue a un comedor social a ver cómo se servían comidas a quienes de verdad pasan hambre entre nosotros. Y por supuesto, nadie animó a los niños a colaborar en una campaña de recogida de alimentos o a defender a un compañero del colegio -quizá su mismo compañero de pupitre- que sufriera acoso escolar. Al contrario, todo lo que se enseñaba a los niños era la idea de que "la sociedad" -ese ente monstruoso al que nuestros buenos pedagogos cargan con la única responsabilidad real de mejorar las cosas- era quien debía ocuparse de acabar con la guerra y el hambre y la violencia de género y el acoso escolar. A los demás -niños y adultos- les bastaba con protestar, bien fuera dando saltos en el patio del colegio o bien manifestándose en la calle detrás de una pancarta. Eso era todo.

En estas circunstancias, los héroes lo tienen muy difícil. Porque un héroe -como Ignacio Echeverría, ese español que se enfrentó a los yihadistas de Londres con un monopatín y fue acuchillado por ellos- nos parece un personaje extemporáneo que en el peor de los casos es un bravucón o un machote, y que en el mejor de los casos sólo nos parece alguien que no sabe resolver los problemas a base de buenas palabras o intermediaciones o esas fórmulas mágicas que nos han enseñado a considerar las únicas aceptables. El heroísmo, no conviene olvidarlo, implica un componente de violencia física, ya que a menudo no hay otra forma humana de convencer a un fanático o a un imbécil que está dándole una paliza a una mujer. Y eso está muy mal visto entre nosotros. ¿Se explicará el caso de Ignacio Echeverría en nuestros colegios? ¿Se hablara de él? ¿Lo pondrá alguien como ejemplo de conducta? En algunos colegios, entre determinados docentes -y todos sabemos quién son-, lo dudo mucho. La supuesta fobia al catalán en las pruebas de Selectividad, por ejemplo, les preocupa mucho más que el heroísmo tangible de alguien que dio su vida por salvar a una mujer acuchillada por unos fanáticos que odian nuestra civilización.

Los héroes, además, nos interpelan porque todos sabemos que nosotros habríamos hecho justo lo contrario de lo que ellos hicieron. En vez de correr hacia los asesinos, en vez de arrearles con el monopatín, en vez de exponernos a recibir las cuchilladas, nosotros correríamos sin parar en dirección contraria, buscando cualquier portal o callejuela donde refugiarnos. De hecho, en Borough Market hubo muy poca gente que se enfrentase a los asesinos. En cierta forma es normal, porque nos han enseñado que la responsabilidad nunca es nuestra, sino de una difusa "sociedad" que en realidad no existe ni está en ningún sitio. Y además, porque nos han dicho que ser valiente no está nada bien, ya que al final, para resolver un conflicto, es mucho mejor dar saltos en el patio.

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