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Matías Vallés

Catar, el mejor amigo de buenos y malos

La esponsorización de organizaciones terroristas islámicas a cargo del emirato de los Al Thani plantea una situación comprometida para las grandes empresas occidentales

Catar es el país sobre el que se escriben más libros en proporción a su tamaño. No cabe infravalorar la ironía de que los beduinos gobiernen el mundo, porque la dinastía de los Al Thani se hubiera conformado en tiempos menos pretenciosos con el apelativo de tribu. La potencia inversora del emirato a través de su fondo soberano Qatar Investment aconsejaba un silencio diplomático, sobre su esponsorización simultánea de organizaciones terroristas islámicas. El aldabonazo de Arabia Saudí y sus socios de la Península Arábiga, auspiciado por la Casa Blanca, ha hecho saltar literalmente la banca.

Catar se escuda en que desean purgarlo por su afinidad con las primaveras árabes. En realidad, se ha especializado en respaldar a todos los bandos en combate, en cualquier combate. Los Al Thani prohijaron el canal televisivo Al Jazeera, tan odiado por Estados Unidos que colocaron a sus periodistas en el visor de sus carros blindados, en el bombardeo de Bagdad que tuvo como víctima colateral al cámara español José Couso.

Al mismo tiempos que sus periodistas lograban entrevistas exclusivas con terroristas de Al Qaeda, el emir de Catar aprovechaba la información para trasladar a Washington las coordenadas del refugio de los yijadistas entrevistados. Es decir, la televisión islamista escandalizaba a los norteamericanos, mientras propiciaba una de las acciones más fructíferas contra la organización terrorista.

Catar ofrece una estabilidad ficticia. Los dos últimos relevos paternofiliales en la jefatura del Estado atendieron a golpes palaciegos, el emirato en ebullición apenas si dispone de agua para dos días. A partir de una acertada inversión y diversificación de su potencia gasista, se ha incrustado con posiciones dominantes en el mapa empresarial de Occidente. En España, marcas como Santander, Iberdrola o Barça son inseparables de la voracidad catarí. Por tanto, la obediencia a las consignas de filoterrorismo topará con más de una dificultad.

Los vecinos de Catar denuncian su intimidad con la Hermandad Islámica o Isis. Al mismo tiempo, la reina de Inglaterra visita admirada el único palacio íntegramente rehabilitado en Londres de acuerdo a los cánones, por parte de un miembro de los Al Thani. Y por un precio superior a los trescientos millones de euros. Equivale al precio de 1.500 pisos medios españoles.

La renta per cápita catarí llegó a superar los cien mil euros, doblando la estadounidense y cuadruplicando la española. Si un ciudadano decide no trabajar, percibe dos mil euros al mes por su falta de esfuerzo. El impuesto sobre la renta es del cero por ciento. Esta versión babilónica en medio del desierto reposa sobre la esclavitud de millones de inmigrantes sin derechos ni arraigo, condenados a construir los jardines colgantes. La dependencia de Estados Unidos se sustenta en una base militar, que podría proceder a la ocupación inmediata del emirato que Washington ha convertido ahora en su enemigo oportunista.

Hasta donde sirve el testimonio personal, he compartido una tarde con el actual emir catarí, Tamin bin Hamad Al Thani. Con respecto a su occidentalización en cuanto se desplaza al Mediterráneo español donde veranea desde su infancia, baste consignar que luce una gorra de béisbol y los inevitables pantalones cortos. Afable y desenfadado, su talante se despoja de cualquier fundamentalismo. Sí, la palabra es campechanía, aunque actualizada al siglo XXI. Cuesta conciliarlo con la imagen yijadista que ahora se vende de Catar, pero en esta ambivalencia reside precisamente la pujanza del emirato.

Tamin supera en carisma a su padre Hamad, al que derrocó. Al emir le preocupa la tendencia al sobrepeso, su progenitor se hizo colocar un anillo en el estómago y padece de diabetes. Sin embargo, el líder de Catar se resiste a los sacrificios sudorosos que conlleva el adelgazamiento. A su favor, se rodea de un número de sicofantes inferior al cortejo habitual de un político autóctono. Su séquito maneja más números que plegarias, y está exento de la obsequiosidad que hoy exige cualquier líder provinciano.

En el 11S, quince de los 19 terroristas que se embarcaron en los cuatro aviones bomba eran nativos de Arabia Saudí. Por tanto, Bush bombardeó Afganistán, y Estados Unidos confraterniza hasta hoy mismo con la casa de Saud. En esta contradicción reposa la volatilidad de afectos en la zona. Catar ha sido elegido enemigo de la temporada, pero sus inversiones serán más poderosas que sus críticos.

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