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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

El PSM de siempre añora el seguro cobijo del PP

La deriva izquierdista del PSM nunca ha sido vista con agrado por los antediluvianos dirigentes del partido, a los que siempre se les vio más cómodos coqueteando con el PP, su pulsión irrefrenable

El viejo PSM, el de siempre, el que admiraba secretamente a Gabriel Cañellas, su forma de hacer política, de invocar lo nostro cuando se requería, nunca se ha sentido cómodo en el seno de Més, tinglado nítidamente izquierdista (ahí está Fina Santiago, con mucho lo mejor del partido) en el que los Morro, Sampol y demás abnegados penitentes han exhibido incomodidad manifiesta. Ese PSM, el genuino, el que ha guardado celosamente las esencias del nacionalismo mallorquín, el mismo que no dudó en plantear la conveniencia de postrarse ante Abel Matutes para obtener el imprescindible oxígeno financiero, anda inquieto, observa, exclamando jeremiadas poco creíbles, que la dirigencia de Més está llevando el proyecto a la ruina. Cómo ha sido posible, se preguntan, que por una bagatela carente de importancia, la perpetrada por Garau, se haya fulminado a algunos y, lo que es peor, se acepte genuflexo la reconvención de la presidenta Armengol. En los buenos viejos tiempos de los Morro y Sampol eso no hubiera sido posible. Con ellos pilotando la nave nacionalista, la del soberanismo sin tacha, no habría acontecido. Simplemente, no lo tolerarían.

El cansino PSM, el que pugna por volver, incapaz de aceptar de buen grado que los tiempos son otros, proclama que ha llegado el momento de reivindicar la plena independencia del partido, que es hora de que se sepa que el nacionalismo sin adjetivar, ni de izquierdas ni de derechas, es decir, de derechas, requiere de un potente golpe de mano para reclamar su propio espacio, desde el que tejer las componendas que estimen oportunas.

De lograr sus propósitos el PP de Company les recibirá no ya con los brazos abiertos, sino con una euforia incontenible. Company es también de lo nostro, entendido en su literal acepción. Exhibió lo que para él supone cuando no dudó en organizarle una tractorada al pobre Antich, que sesteaba preso de un inquieto sueño en el Consulado del Mar. Se cuenta que los pesemeros de entonces, con un pagado de sí mismo Sampol al frente, casi no consiguieron disimular el regocijo con el que acogieron la ocurrencia de Company, en aquellos días manoseando Asaja, la organización de los empresarios supuestamente agrarios y ganaderos, a la que conducía raudo al puerto del PP, del que nunca, todo hay que decirlo, estuvo muy alejado.

A lo que íbamos: Company agradecerá profusamente el desmarque de los nacionalistas si se consuma. Reconocerá que encarnan la esencia del mallorquinismo político; no dudará en espetarle a Font, el gran patrón de El Pi, que sus hermanos separados, pero a los que, a pesar de todo, sigue uniendo la misma fe, se le han adelantando, que han comprendido que solo a la vera del PP es posible construir un proyecto genuinamente autóctono, lo nostro.

Sucede que las querencias derechistas del PSM nunca han sido extirpadas del partido. Conviene no llamarse a engaño: algunos de los antediluvianos que pugnan por no desaparecer, siempre se han sentido fascinados por el encanto de la derecha, por su forma de entender la política, de relacionarse entre ellos y las "fuerzas vivas", a las que hay que agasajar apropiadamente para obtener su beneplácito. Los antediluvianos muy pronto entendieron que la etiqueta izquierdista era una molestia de la que, a poder ser, había que prescindir. No se atrevieron a fumigar la S del PSM; tentados lo estuvieron, y no poco.

Piensan que con los últimos y convulsos acontecimientos puede que les haya llegado la oportunidad, la última, de dar el golpe de mano que anhelan desde que una colección de advenedizos izquierdistas se hicieron con el santo y la seña de su partido. Cavilan que los tiempos están en sazón para que se les llame, para que a ellos se encomiende la redención. O lo que es los mismo: que vuelvan a tenderse todos los puentes lamentablemente rotos hacia el campo de la derecha, los que siempre transitaron sin rubor.

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