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Norberto Alcover

En aquel tiempo

Norberto Alcover

Esos molestos pobres

Entro en la librería y lo descubro del golpe y porrazo.

La recuerdo joven, decidida y de extraña inteligencia filosófica pero no menos ética. Adela Cortina es, y viene siendo desde hace tantos años, una de las pocas luminarias de la universidad española a la hora de investigar y de proponer cuanto se refiere a la Ética y Filosofía política, cuya cátedra ostenta en la Universidad de Valencia, además de haber sido la primera mujer que ingresara en la real academia de Ciencias Morales y Políticas.

Nos conocimos en los ochenta y en Valencia, en plena euforia neodemocrática y postconciliar, ahora un tanto superada por la vulgaridad de lo efímero. Adela Cortina me fascinaba con su capacidad de pensar, pensar sin más, desarrollar caminos conceptuales a partir de datos existenciales que estaban ahí, desde la drogadicción, entonces envolvente, al carrerismo político que nunca ha venido a menos. cuántas veces charlamos largo y tendido. Fue una de las primeras mujeres que me enseñó la verdadera causa feminista€ sin hablar casi nunca de ella. Vivía la realidad. Después la pensaba. Solamente más tarde, la comentaba con su bisturí conceptual candente y su finura de lenguaje impoluta. Ahora, entro en la librería y descubro su último libro de golpe y porrazo: Aporofobia, el rechazo del pobre.

Lo compro y me lo llevo saltando de gozo a casa. Comienzo su lectura hacia media tarde y no paro hasta la cena, pero después la extiendo para alcanzar la noche avanzada. Acabo somnoliento pero gozoso. Alguien, en nuestra precaria sociedad inmediatista y monetarista, se acuerda de los pobres, de nuestros pobres, y los lanza a nuestros ojos como un vendaval de ira contenida y de reflexión serena. Permítanme que les escriba algo de este texto necesario. Sin militancias de parte, solamente "de parte de los pobres".

Es en el capítulo IV, titulado "Nuestro cerebro es aporófobo", donde comunica la clave del conjunto del texto: el rechazo del pobre no es inicialmente una cuestión moral o económica porque se trata de una realidad casi instintiva en la medida en que el pobre atenta contra la seguridad individual y colectiva. Lo contemplamos como el que sin tener nada seguro que intentará tener lo nuestro. Y entonces, lo excluimos, nada más verle, del universo de nuestros mismos derechos. Casi al final del capítulo aludido, propone Adela dos soluciones para el caso: el reconocimiento recíproco de la dignidad y también la compasión, yo diría que la misma componente moral de la misericordia que en tantas ocasiones comentamos el año pasado a iniciativa del papa Francisco. Respeto de la persona del pobre, por su identidad precisamente personal, y mirada compasiva, es decir, ser proclives a asumir su condición como condición de posibilidad para sacarla del mal que le aflige.

Pero es en el capítulo VII, cuyo título es "Erradicar la pobreza, reducir la desigualdad", donde la profesora cortina concreta todo lo anterior, puesto que es en la desigualdad de posibilidades y de posesiones donde reside la proyección descarada de la pobreza individual y estructural. Y repite una y otra vez que en la "sociedad del intercambio", la nuestra, quien nada tiene para intercambiar, permanece en una especie de gulap sin remisión. Hasta quedar excluido. Un marginal, con el que ya no se cuenta. Lo pobres de larga duración. Los siempre pobres. Cortina, sin exageraciones emocionales ni religiosistas, penetra con su berbiquí hasta el lugar donde se juega la suerte de los pobres: nuestra conciencia pero también la de ellos. Y acaba el texto con estas palabras tan sencillas como elocuentes: "Educar para nuestro tiempo exige formar ciudadanos compasivos, capaces de asumir la pobreza de quienes la padecen, pero sobre todo de estar dispuestos a comprometerse con ellos" (168).

Este feliz reencuentro con mi amiga y maestra, Adela Cortina, me repara de tanta vergüenza como ciudadano y como persona responsable de los demás. Y pienso que una democracia que persista en su Aporofobia no es tal. Tendremos que pasar de "estos molestos pobres" a "estos comprometedores pobres". Derechos y compasión. Una justicia samaritana.

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