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Antonio Papell

Brexit y terrorismo

El Estado Islámico se ha cebado en el Reino Unido, que vive en situación de emergencia y se dispone a celebrar unas elecciones generales este jueves, 8 de junio. El carácter insular del país, que lo ha protegido históricamente de invasiones e influencias, agudiza los efectos psicológicos de esta agresión, que los británicos resisten con creciente preocupación. En poco más de dos meses, el Reino Unido ha sufrido tres ataques terroristas con un saldo de más de treinta muertes y varias docenas de heridos: el 22 de marzo morían cuatro personas en las inmediaciones del parlamento de Londres, el 22 de mayo morían otras 22 personas a las puertas del Manchester Arena y este pasado domingo caían abatidas siete personas en un céntrico puente de Londres. El atentado más grave que sufrió con anterioridad el Reino Unido fue en 2005, no mucho después del 11M español, en el transporte de Londres, que costó 56 vidas.

Y aunque los demócratas tenemos que resistirnos a buscar motivaciones racionales a la acción de los terroristas de todo pelaje y condición (las matanzas indiscriminadas siempre son por definición irracionales), es inevitable relacionar esta escalada de violencia con las vicisitudes políticas del país, que ha optado por una radical ruptura con la Unión Europea, que durante años fue su residencia natural en el sistema de las relaciones internacionales. De hecho, las elecciones de este jueves, anticipadas por la primera ministra conservadora, fueron planteadas como preámbulo al proceso de separación, para el que Theresa May aspiraba a contar con una amplia mayoría parlamentaria. En la práctica, las previsiones que le otorgaban una holgada mayoría absoluta han ido decayendo, a medida que subía el laborista Corbyn y el conjunto avanzaba hacia un creciente bipartidismo, con un claro retroceso de las terceras vías.

La realidad es que el Brexit, que posee un indudable componente introspectivo, contrario a la libre circulación de personas y tendente a limitar el acceso al país de toda clase de inmigrantes (incluidos los comunitarios), no protege necesariamente de la irracionalidad del ISIS, de la brutalidad de las hordas que han terminado creando una relación enfermiza con la xenofobia, el proteccionismo y el populismo. Por lo que ocurre en el mundo anglosajón -el Reino Unido y los Estados Unidos-, cabe alentar el temor de que la embestida radical del fanatismo islamista acabe deteriorando si no la democracia, sí el estilo de vida, la sociedad abierta, que hemos practicado los países occidentales, impeliéndonos hacia proteccionismos que son en realidad una exacerbación del miedo.

La lucha contra el terrorismo -y España tiene larga experiencia- requiere, qué duda cabe, legislaciones estrictas que, sin coartar las libertades civiles, den facilidades a las fuerzas de seguridad para realizar su tarea con posibilidades de éxito. Pero en la práctica, de poco sirve alzar elevados muros en las fronteras porque siempre encontrará el fanático la forma de saltarlos: lo realmente eficaz es disponer de unas policías y unos servicios secretos bien adiestrados y con medios suficientes para detectar los focos de irradiación del fanatismo, las sedes del proselitismo, los inputs digitales a los que acude el potencial terrorista para recibir consignas, adiestrarse, exaltarse todavía más. La discreta actuación de las policías españolas es modélica, y desde aquel infausto 11M de 2004 han trabajado con una dedicación y una intensidad que han tenido reconocimiento mundial. Naturalmente, es preciso también que se produzca un intercambio automático de información en esta materia entre las policías de nuestro entorno con el fin de establecer una coordinación eficaz. Ni la demagogia de Trump ni el populismo de los nacionalistas británicos son la respuesta. Al contrario: sus fórmulas fracturan la sociedad libre, debilitan el coraje de las sociedades, envalentonan a los fanáticos, juegan en definitiva a favor de los intereses del ISIS, que capan a sus anchas por el miedo, la desorientación y el desconcierto de sus víctimas.

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