Diario de Mallorca

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Ramón Aguiló

Cambalaches, Minervales, alacranes

1. Armengol ha sido muy crítica con Rajoy por no haberle dedicado ni cinco minutos en su venida a Mallorca para el congreso del PP. Son las cominerías de la politiquería a las que estamos acostumbrados. Pasaba al revés cuando los términos se invertían. Ahora el asunto era el descuento del 75% para residentes en vuelos interinsulares y la subvención del 100% para el transporte de mercancías conseguidos por Nueva Canarias en la negociación de los presupuestos. Rajoy anunció para Balears el mismo descuento para residentes y el incremento del 30% de la subvención para mercancías, desactivando las justificadas críticas a la compra de votos beneficiando a unos y perjudicando a otros. Un éxito del mudo parlamentario Biel Company. Extrapolando, podemos imaginar que pueda ganar las próximas elecciones a Armengol sin abrir el pico. A ella le pone de los nervios. Pero no hace falta recordar la mansedumbre de Antich ante los permisos del gobierno Zapatero a las prospecciones petrolíferas, o las bobadas de José Blanco sobre los descuentos a residentes, para saber que ni PP ni PSOE cuentan para nada con sus correligionarios en Balears frente a sus intereses electorales en otras naciones, que diría Sánchez, el humilde vencedor de las primarias.

2. Joan Huguet, o Naoj Teuguh, como se firma en alguna de sus frecuentes columnas, mostrándonos su envidiable dominio de las palabras (no se acaba de entender que no extienda tan refinada destreza intelectual a todo el texto de la columna), ha publicado otra, hagiográfica, dedicada a su hermano Llorenç. Describe con afecto fraternal los muchos méritos académicos y los esfuerzos laborales de un muchacho de familia modesta para alcanzar un lugar de prominencia en el mundo. Es el corto relato de una liberación al modo de una novela de aprendizaje, como podría ser el Anton Reiser de Moritz. Joan Huguet, un hombre que lo ha sido todo en el PP, en el Consell de Menorca, en el Govern y en el Parlament, maestro, licenciado en derecho, columnista, experto en jurisprudencia, programática, prospectiva, en todo, como se dice ahora, es un hombre renacentista. Afable, simpático, es además un defensor de las causas perdidas, un hombre solidario donde los haya. Recordemos su apoyo a su amigo (no se le conocen enemigos) independentista Jaume Sastre en su huelga de hambre contra el TIL de Bauzá, del brazo de su otro entrañable amigo Cristòfol Soler, antiguo presidente del PP, líder ahora del otro nacionalismo, el secesionista, tras bañarse en el Jordán de la identidad. Pues bien, en relación a su hermano no defiende una causa perdida, al contrario, defiende a un triunfador, que ha ratificado otra vez su condición. Era la gestión universitaria de un hombre que se ha llevado bien con todos los estamentos del poder lo que algunos discutimos y no sus méritos de formación. El haber ignorado estos últimos es una negligencia culpable en la que este columnista ha incurrido. Y como reparación obligada, al tiempo que celebración de su triunfo rectoral, me comprometo a ingerir 2,5 decilitros del producto estrella de la UIB, el Minerval, en vaso Collins.

3. Ya es noche cerrada e imágenes inconexas pugnan por imponérseme. Una es la silueta del Southwester arribando al dique del Oeste con sus 4.300 metros cúbicos (7.740 toneladas) de arena sahariana. Otra es la de la Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui, de dirigentes de Més, Podem y PSOE, que protestan por el robo de lo que dicen son realmente 35.000 toneladas de arena expoliada y saqueada en vulneración del derecho internacional. Otra es la del conseller Vicenç Vidal, consultando al jefe de la Demarcación de Costas si hay algún proyecto de regeneración de playas y advirtiendo del peligro de los insectos, arácnidos, reptiles, larvas, que anidan en la arena del desierto. El alcalde de Calvià, paralizando el vertido de la arena en el campo de golf de Ponent, cuyo gerente no exhibe el pertinente permiso de obras. Con desasosiego abro la ventana y, apoyándome en el pretil, observo la extrañeza de un suelo que parece tener vida. Y percibo los reflejos móviles de la luz de la luna en una informe masa de cuerpos quitinosos que avanzan hacia mi. Distingo arañas Sicarius de seis ojos, langostas de saltos intimidantes, víboras cornudas que reptan sibilantes, alacranes Androctonus Mauritanicus que avanzan blandiendo sus aguijones, hormigas plateadas de palpitantes mandíbulas que centellean a la luz enferma de la luna. Me despierto angustiado. Siento crepitar mi cerebro como si fuera yesca en llamas de un fuego desconocido. Siento que las sábanas son mi mortaja, la cama mi ataúd, el dormitorio mi tumba. Trastabillando, entro al baño y rebusco en los anaqueles algo que me devuelva con urgencia un poco de sosiego. Con un lorazepam bajo la lengua salgo a la terraza en busca de aire, de espacio, de firmamento. Incapaz de sentarme, de echarme, convulso, no dejo de dar zancadas en torno a la casa que consuman el tiempo que falta para que la benzodiacepina traspase la barrera hematoencefálica, inspiro el frío aire de la noche atravesado por la luz led de las farolas públicas, y dirijo con ansia mis ojos a lo alto, a las estrellas, a la profundidad de lo infinito. Ha transcurrido casi una hora; agotado, con el resquemor de la amenaza latente en el cerebro, retorno a mi dormitorio, dirijo una última mirada al horizonte, donde la Osa Mayor ya desaparece por el oeste. Inseguro, me arrebujo entre las sábanas, acompañado por el ulular monocorde del autillo.

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