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Desde el siglo XX

Cuando a Pedro Horrach le dio por perderse

Se le concede verosimilitud a la tesis de que se debe a la vanidad la deriva iniciada cuando mutó de fiscal a abogado de Cristina de Borbón, celoso de la proyección pública del juez Castro

El estruendo con el que Pedro Horrach ha inaugurado su oficio de abogado puede haber sorprendido, pero si se sigue su trayectoria última resulta coherente. Horrach dejó de compartir cuitas con el juez Castro cuando alguien muy cercano, portador del incurable virus de la vanidad, le convenció, no viene a cuento si con razón o sin ella, de que él cardaba la lana y el otro se llevaba la fama. Lo cierto es que en un momento dado inició una directa trayectoria de colisión con el magistrado instructor convirtiéndose, desde la Fiscalía, en el abogado defensor de Cristina de Borbón. Obtuvo lo que anhelaba: fama, acompañada del beneplácito y reconocimiento de quienes penaban por el futuro de la Corona. De repente, Horrach se vio aupado a los medios rosa. Era la estrella que alguien próximo deseaba que fuera. El juicio se saldó, con notable escándalo, con la exoneración de la hermana del Rey. Horrach, que en su alegato ante el Tribunal sobreactuó para no perder su trabajada condición de celebridad, había alcanzado sus objetivos: estaba en disposición de abandonar la Fiscalía e iniciar una prometedora carrera en el ejercicio de la abogacía. Cómo no iba a serlo si hasta se solazó siendo portada de una revista,de las que se desmenuzan en Sálvame, junto a un árbol navideño enfundado en un elegante esmoquin y acompañado de su mujer.

Puede que Pedro Horrach, ensoberbecido por su triunfo, creyéndose instalado más allá de las reglas aplicables a los mortales, esté aproximándose hacia un agujero negro que lo succionará sin remedio, porque hay que preguntarse cómo a quien se le da por supuesta la inteligencia y la sobrada experiencia ha podido aceptar ser parte en una causa, la que implica a alguien tan sumamente problemático como Cursach, de la que se presume que conoció sus entresijos siendo fiscal. El fiscal superior de Balears, Bartomeu Barceló, del que nunca se sabe si viene, va o nunca ha estado, ha dicho de Pedro Horrach que no es tonto y sabe perfectamente hasta dónde puede llegar. Tal afirmación, en boca de Barceló, uno no sabe muy bien cómo tomársela. El fiscal jefe ha sido capaz de sobrevivir a diversos fiscales generales del Estado sin haber acreditado los méritos que se requieren para ocupar el cargo, según apreciación mayoritaria en la carrera fiscal. Dicho sea sotto voce, porque públicamente nadie cuestiona casi nada.

Basta la información que suministraba ayer Diario de Mallorca, destacándola como primera noticia de portada, la de que tres testigos denunciaron a Cursach ante Horrach cuando este ejercía de fiscal, para invalidar la actuación del abogado Horrach, para que se le llame a capítulo por quien corresponda y para que se plantee si ha de abstenerse de intervenir en un asunto que conoció siendo parte del ministerio público. A estas alturas apelar a la ética y estética de Horrach es una pérdida de tiempo. Se ha permitido presentar querellas contra algunos de los testigos protegidos por el juez que instruye el caso, amenazados reiteradamente.

La caída a los avernos del presunto mito se ha visto realzada por la comparecencia en Palma del hasta ayer fiscal jefe Anticorrupción. Manuel Moix analizando la posible incompatibilidad de Horrach. A veces los dioses se complacen creando situaciones absurdas, fuera de cualquier lógica. No se entiende el descaro o desvergüenza, qué más da, exhibida por Moix viajando a Palma para intervenir en el análisis de la situación generada por Horrach. Moix ha devenido en un fenomenal descrédito para la Fiscalía. Está a un tris de arruinar su crédito presente y futuro. Peor todavía: es un colosal baldón para la Judicatura española. Deja en cueros la operación puesta en marcha por el Gobierno, a través del ministro Rafael Catalá, parece que asesorado por su magistrado de cabecera, para atar corto tanto a los fiscales como a los jueces que investigan los inacabables casos de corrupción que asedian al PP. Moix, pieza clave en el programa de control, descalabrado inoportunamente por Panamá, después de haber resistido el episodio de las grabaciones telefónicas, se planta en Palma para dilucidar si hay que tomar medidas punitivas contra Pedro Horrach declarando a los medios que nada hay que decir sobre su personal situación, felizmente finiquitada, que de eso habla en Madrid. Mallorca, para Moix, no es territorio español.

Reconozcamos que la aparición de Moix ha sido la del artista invitado, el acompañamiento perfecto para la estelar incorporación de Pedro Horrach al mundo de la abogacía. Necesariamente tenía que ser con Cursach de por medio.

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