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Daniel Capó

Sí o sí

El instinto político suele ser dualista y de naturaleza animal. Percibe sin matices, en blanco y negro, a favor o en contra de una determinada sentimentalidad. Conjuga el tacticismo de la supervivencia -al final, el poder simplemente pretende perpetuarse- con pasiones tan primarias como el orgullo desmedido, los personalismos, la lógica de la corrupción, la costumbre o incluso el fervor de los hooligans de una u otra causa. Las redes y la cultura de masas han exacerbado aún más esta pulsión, mientras se van desdibujando aquellas instituciones intermedias -la familia, el entorno religioso, los valores compartidos- que para Tocqueville constituyen los pilares indispensables de la democracia. El instinto político es animal y por eso mismo debe ser amansado a través de las leyes, los procedimientos, las instituciones, el tiempo€ Sobre todo cuando -como es el caso- se acerca un periodo de fuertes turbulencias, con un previsible adelanto electoral en 2018 y la convocatoria ilegal de un referéndum en Cataluña, previsto para el próximo otoño.

Los partidos soberanistas se enrocan en un "referéndum sí o sí", que deja al Procés fuera de cualquier negociación viable. El sí o sí únicamente busca un enfrentamiento que convierta su debilidad en fortaleza y le permita ensanchar la base del voto soberanista. La lógica es de naturaleza binaria, como no podía ser de otro modo: enfrente (en España) hay un gobierno muy malo que niega soluciones democráticas a un conflicto político. Ante el blanco y negro de la irracionalidad, la Moncloa se debate entre actuar y dejar hacer. Por un lado, un sector del gobierno considera inevitable el choque y prefiere que sea Rajoy quien decida cuándo y cómo. En definitiva, aplicar el artículo 155 de la Constitución, prohibir las urnas y reconducir una autonomía que se quiere declarar en rebeldía. Por otro lado, hay ministros que prefieren reaccionar con prudencia y sencillamente dejar que el referéndum sea un nuevo 9N, sin resultados claros y sin ninguna legitimidad democrática. Aspavientos en el vacío, se diría, a la espera de que el Procés se enfríe por agotamiento y por los efectos atemperantes de la recuperación económica. Esta última ha sido la estrategia habitual de Rajoy, convencido de que, a menudo, cualquier actuación es más perjudicial que permanecer impasible aguardando a que escampe la tormenta. Al no hacer nada, la posible victimización disminuye y el trabajo silencioso de los tribunales prosigue imperturbable. En el fondo, no es muy distinto a la política de contención que inspiró el embajador Kennan para derrotar a la URSS durante la Guerra Fría: contener la expansión soviética en los puntos geográficamente esenciales y mantener la mano tendida de cara al futuro.

Sí o sí, tras el referéndum habrá que empezar de nuevo y recuperar algún tipo de cordura. Fomentar el diálogo con la sociedad civil resulta fundamental, mientras llega un nuevo gobierno dispuesto a dar pasos decisivos hacia el acuerdo. De lo contrario, el Procés puede convertirse en el new normal de las dos próximas décadas; algo que, además de cansino, serviría para perpetuar a determinadas elites al frente de la Generalitat, pero que difícilmente redundaría en una mejora de las políticas públicas. Al final, centrar todos los esfuerzos en lograr una utopía tiene sus consecuencias en la realidad más inmediata, que es la de las necesidades cotidianas. Eso y un continuo descrédito de la clase política.

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