Diario de Mallorca

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José Carlos Llop

Max Aub y Bonet

Durante el bachillerato jesuítico, un profesor de literatura nos habló de Max Aub, de quien nada sabíamos. Max Aub no figuraba en los manuales de la época, pero este profesor quiso hablarnos de Jusep Torres Campalans, que así se titulaba el libro mencionado: con "u" en vez de "o". En él, Aub narra la vida y la obra de un pintor de vanguardia, acompañando al texto varias fotografías de sus cuadros. Tanto el pintor como su pintura -y ahí estaba la gracia estructural del libro- eran inventados: Torres Campalans no existió nunca. Los cuadros, como es lógico, los había pintado el mismo Max Aub para dar más verosimilitud a su ficción. Y de ahí podían extraerse distintas conclusiones sobre la impostura en el arte, pero lo cierto es que en los 60/70 de Max Aub no hablaba nadie. Al revés que de otros exiliados republicanos, de él apenas quedaba rastro más allá de algún volumen perdido en librerías de viejo.

Pero poco después ya se reeditó Crímenes ejemplares -uno de sus cuentos (no sólo es Monterroso el parco) ocupa menos de una línea: "La maté porque no era mía"- y por esas fechas también, encontré un libro suyo de poemas apócrifos -Antología traducida- todavía mejor que Jusep Torres Campalans. Son poemas de poetas inventados desde la Antigüedad hasta ya no recuerdo qué siglo. Ayer estuve buscándolo en casa pero esos poetas que no vivieron más que en la mente de Max Aub han desaparecido de donde descansaban. Pasa con los libros: tienen vida propia y a veces desaparecen una temporada y cuando menos te lo esperas, vuelven. En cambio encontré La gallina ciega, que es un diario de regreso y su decepción y su enfado y su queja al toparse con una España que lo desconoce y que vive sin contar con su existencia, ni saber de su obra.

Desde el mes pasado puede contemplarse en la sede del Instituto Cervantes una gran exposición dedicada a Max Aub, comisariada por el poeta Juan Marqués. Desde enero de este año, Juan Manuel Bonet -que tanto ha escrito sobre Aub- es el nuevo director del Instituto Cervantes. Lo había sido del IVAM como lo fue del Centro Reina Sofía y ahora llevaba cinco años dirigiendo el Instituto Cervantes de París. Creo que no me dejo llevar por una amistad de más de treinta años si digo que ese nombramiento fue una de las mejores decisiones culturales del gobierno anterior. Por no decir la mejor. Y quien lo dude que busque todo lo que se ha hecho en el Cervantes parisino durante la época bonetiana. Ahora me reafirmo en el asunto: poner a Juan Manuel Bonet al frente del Instituto Cervantes es lo mejor que ha hecho el gobierno actual en asuntos culturales. Sé que el tiempo ha de darme la razón (y como Mallorca siempre está detrás de todo, en 1990 el editor palmesano Guillermo Canals le publicó a Bonet su diario La ronda de los días en la colección Port-Royal).

El diario de Bonet es muy breve -una de sus frases: "Poda, que algo queda"-, como lo son sus poemas, pero esa brevedad -además de una cuestión de delicadeza y refinamiento- es una forma de camuflar la erudición y la sabiduría que todos sus trabajos encierran. Juan Manuel Bonet es, en sí mismo y sin la colaboración de ningún departamento universitario, una enciclopedia artístico-literaria-arquitectónica y musical con traje gris. Nunca lo pillarán en un renuncio, ni con un pie sobre el vacío: siempre ha de ilustrarles y todo está en su cabeza. Y si hablo de camuflar es porque luego resulta que su poesía completa es un tomo de quinientas páginas y en su Diccionario de las vanguardias -un libro leído con admiración desde la Academia de Bellas Artes de San Fernando hasta El Gran Wyoming- se reúnen miles de fichas y no existe nada en España que pueda comparársele (por cierto: Mallorca figura en varias de sus entradas). No hay museo ni colección que Bonet no conozca, ni libro que no haya leído o sepa de su existencia. Y si no sigo -que podría- es por no parecer desmesurado, pues hay algo de desmesura lezamiana en la memoria de Juan Manuel Bonet. En cuanto a la vida al margen del arte -o no tan al margen-, le encantan las ostras, los buenos vinos y comidas, y La Rhumerie Martiniquaise, en el bulevar Saint-Germain.

Coinciden, pues, ahora, Max Aub y Bonet en el Instituto Cervantes. Ambos tienen un pie en el arte y otro en la literatura. Ambos nacieron en París (la madre de Bonet es francesa; la de Aub, aunque de origen alemán, también lo era). Ambos miran hacia América apasionadamente: Max Aub lo hizo desde México; Bonet desde Brasil. De las cosas que los separan -además de medio siglo-, me quedo con Polonia-Noche -uno de los mejores poemarios de amor de mi generación- y con la felicidad de Juan Manuel Bonet, su autor: una felicidad generosa hasta en sus cartas -desde hace años correos electrónicos- que enriquece la vida de todos aquellos que somos sus amigos.

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