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Daniel Capó

Fragilidad salarial

Dos noticias ligadas entre sí matizan la particular euforia económica del momento presente. La primera se refiere al patrón del consumo en relación con el ahorro y la segunda, al renqueante poder adquisitivo de los salarios. La mejora en las expectativas de futuro y el incremento del apetito hacia el riesgo -tan necesario por otra parte- están acelerando de nuevo el consumo interno, pero a costa en gran medida del ahorro privado, que vuelve a situarse en niveles peligrosos. Si en países como en Alemania o Francia las familias son capaces de reservar más de un 10% de su renta disponible, en España el crecimiento económico se está traduciendo en una anemia ahorradora: hemos pasado de guardar en torno al 13% de la renta en los años más duros de la crisis a colocarnos otra vez claramente por debajo del 10%. El consumo impulsa la economía, es cierto, aunque de forma mucho menos equilibrada de lo que resultaría ideal. De hecho, la importante creación de empleo -mayormente temporal y de baja calidad- no es suficiente para sostener el aumento del consumo, por lo que se acude al crédito y a las reservas de ahorro. España necesita ya mejores sueldos.

Y esta constatación nos lleva a la segunda noticia que conocimos la semana pasada: el desplome del poder adquisitivo de los salarios en estos últimos cinco años, seguramente superior a lo que indica la estadística. De acuerdo con el informe elaborado por la compañía Adecco, la capacidad de compra de los españoles ha retrocedido en su conjunto un 2,4% -la media nacional se sitúa en un salario mensual bruto de 1.636 euros-, agravándose aún más en algunas autonomías -Extremadura, Cataluña, Balears, Castilla y León, por ejemplo- con caídas que oscilan en torno al 5%. No deja de ser significativo que el debilitamiento general en la capacidad de compra coincida con un periodo de baja inflación histórica -en algunos años se ha llegado a la deflación-, lo que indica bien a las claras el delicado estado de salud de los salarios y la fragilidad de la recuperación. Cabe pensar que el retorno de la inflación -la cual, como se sabe, afecta más directamente a los salarios medios y bajos- acelerará el empobrecimiento generalizado de trabajadores y pensionistas, mientras se esperan de las consecuencias de una nueva crisis económica.

Hace ya algunos años, el historiador británico Tony Judt alertó acerca del final de un determinado modelo político, donde el consenso entre la derecha y la izquierda del espectro parlamentario europeo había permitido consolidar la paz y la prosperidad social en Europa. A favor del Estado del Bienestar jugaba una demografía favorable, el impacto de las tecnologías de masa y la reconstrucción del continente después del cataclismo que supuso la gran guerra civil europea entre 1914 y 1945. Muchas décadas después, el contexto internacional ha cambiado, al igual que la demografía, las necesidades sociales y los requerimientos tecnológicos. Pero la modernización del Estado del Bienestar supone una prioridad, como también lo es incrementar el poder adquisitivo de los asalariados, incentivar el ahorro y plantear políticas imaginativas que garanticen en un futuro más o menos lejano el acceso a toda una serie de derechos básicos y fundamentales: ya sea una vivienda digna, una educación de calidad o el pago de las pensiones.

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