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Antonio Papell

¿Fracaso de las primarias?

Pocos seguidores acérrimos del constitucionalista Francesc Carreras, un intelectual que ha marcado con firmeza la pauta democrática frente al soberanismo catalán y que estuvo en los orígenes culturales de Ciudadanos, esperábamos que el malhadado espectáculo de las primarias socialistas le llevase a abominar de esta institución, que en el fondo es la expresión más genuina de la democracia interna en el seno de un partido político.

En un artículo aparecido en la prensa de Madrid, publicado tras el ciertamente poco edificante debate entre Sánchez, Díaz y López, el catedrático Carreras escribía al respecto: "No creo que este sistema sea conveniente en países como el nuestro en el que los partidos, en todo caso el PSOE, son organizaciones repartidas por todo el territorio que tienen vida propia entre elección y elección. En EE UU, donde las primarias son habituales, los partidos de este tipo no existen, los candidatos, a todos los niveles, buscan personalmente apoyos en la sociedad al margen de sus referentes demócrata y republicano, organizaciones vacías casi sin aparatos territoriales. Cuando este sistema se implanta en España, o el proceso de elección es controlado por la organización del partido, y entonces las primarias son una farsa, o se corre el riesgo de sembrar la discordia que tanto desacredita a un partido. Hay un problema de democracia interna en los partidos españoles pero la solución no está en las primarias. En un modelo de democracia representativa como es el nuestro, la solución a la participación en la vida interna de los partidos hay que buscarla en un buen sistema de democracia representativa. Cualquier otra solución puede conducir al descrédito y hasta a la destrucción del partido".

Los partidos a la vieja usanza -el PS y Los Republicanos en Francia, pero también el PP y el PSOE entre nosotros- están desacreditados pero no por la desunión interna sino por la evidencia de que la mayoría de los debates que parecen creativos son en realidad una lucha por el poder, la influencia y la promoción personal. Las grandes organizaciones han sido estructuras complejas cerradas al exterior, impermeables -el intruso era un competidor al que había que mantener a raya-, corruptas, desvinculadas de los problemas reales e instaladas sobre una colosal y lamentable despolitización generalizada. Con el desarrollo, la ciudadanía se ha culturizado, se ha politizado y se ha vuelto exigente, y ya no transige con tales imposturas. De ahí que los partidos del futuro hayan de ser organizaciones pequeñas, funcionales, abiertas, dispuestas a acomodarse a la opinión pública a través de procesos continuos -sí, continuos, no sólo periódicos- a través de las redes sociales que desempeñan ya un papel central en la representación.

El análisis que afirma que las primarias han roto el PSOE es erróneo. Y en algún caso, fruto de la mala voluntad. El PSOE ya estaba roto en el momento en que hubo que convocar estas primarias. Se rompió en cuanto, tras la elección de Pedro Sánchez, un grupo de notables del "aparato" ninguneó al personaje porque no creían en aquella legitimidad sobrevenida que ellos no habían otorgado. Siguió destruyéndose en cuanto los barones territoriales, aposentados en su parcelita local, quisieron tomar el timón del barco (para lo que, por cierto, no vacilaron en aliarse con Podemos). Y se destrozó del todo cuando los antagonistas de Sánchez dieron un auténtico golpe de Estado para expulsarlo, para volver a tomar las riendas de la organización y restaurar el sagrado orden de las cosas que ha regido desde siempre; el mismo orden -pongamos por caso— que quitó a Borrell de en medio después de haber ganado este las primarias de 1998. Llegados a este punto, la fractura tenía mal arreglo. Y era lógico que se agravaría en cuanto los contendientes se enfrentaran a los ojos de la militancia. Pero las primarias no tienen la culpa de las deslealtades, de las ambiciones, de la falta de altura intelectual ni de la mediocridad de una parte de quienes se dedican a la política porque no valen para otra cosa.

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