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Ramón Aguiló

Escritos sin red

Ramón Aguiló

El debate de las facciones

El debate de los aspirantes a la secretaría general del PSOE deja entre los espectadores la confirmación del punto de no retorno en el que...

El debate de los aspirantes a la secretaría general del PSOE deja entre los espectadores la confirmación del punto de no retorno en el que parece encontrarse el viejo partido fundado por Pablo Iglesias. Después de la desaparición hace unos años del partido socialista en Italia, de las horas bajas del Labour de Corbyn, del reciente fracaso del PSF al que Valls ha declarado muerto y las derrotas del SPD de Schulz ante la CDU de Merkel en El Sarre, Schleswig-Holstein y la del pasado domingo en Renania del Norte-Westfalia, es evidente la crisis de la socialdemocracia europea. La cuestión estribaba en vislumbrar si entre los candidatos aparecía algún posicionamiento relevante que permitiera albergar alguna esperanza de reversión de la tendencia a la baja en toda Europa. Ningún candidato aportó novedad alguna. El debate consistió en un duro intercambio de reproches sin que ninguno de los combatientes besara la lona. El diagnóstico de Santos Juliá en El País, de que se trató de la exposición pública de la enfermedad senil del socialismo, el faccionalismo, no puede ser más certera. Son facciones comandadas por dirigentes que no tienen otros ingresos que los de la política (Sánchez se declara en paro) los que se disputan la posibilidad de aspirar a la presidencia del gobierno. Los pactos de Rajoy sobre el cupo vasco con el PNV son la primera consecuencia de su visión del caos que atribuye al PSOE.

? Las intervenciones de Susana Díaz, contenidas en relación a las habituales, dibujaron la imagen de una correosa dirigente identificada con lo que ella llama el PSOE cien por cien. Identificada por Sánchez como la capitana de las huestes que le derrocaron el pasado 1 de octubre en el comité federal, como la titiritera de la gestora dirigida por Javier Fernández y auspiciadora de la abstención ante Rajoy, clavó afilados rejones a Sánchez: "tu problema, Pedro, no soy yo, eres tú", "¡no mientas, cariño!" Pero, a mi juicio, cometió un grave error. Intentando contrarrestar el previsible ataque de Sánchez por la abstención a Rajoy y al PP, quiso enfatizar precisamente su oposición al PP sobreactuando, empleando calificativos durísimos contra el PP: "un partido tóxico, infame". La dureza de estas expresiones, fruto de su empeño en "quedar bien ante los militantes", fue la que invalidaba toda su defensa de la abstención debido a la imposibilidad de un gobierno alternativo por la insuficiencia de los 85 diputados conseguidos por Sánchez, el peor resultado de la etapa democrática, y el peligro para el PSOE y también para España de unas terceras elecciones. ¿Cómo va uno a abstenerse frente a un partido al que se califica como tóxico e infame? Mal, muy mal.

? La intervención de López fue brillante desde el punto de vista dialéctico pues le permitía lanzar puyas a uno y otra, liberado de la tensión de no cometer errores, y constatando el proceso de autodestrucción del partido al que abocaba el choque de las facciones encabezadas por Díaz y Sánchez. Se expresó con desenvoltura y con una gestualidad exagerada para dotar de contundencia a sus afirmaciones. Su pregunta a Sánchez en relación al nuevo concepto de España como nación de naciones, "pero Pedro, ¿tú sabes lo que es una nación?" desarboló a aquél, que cometió el tremendo error de dar su versión de nación. Su propuesta de partido fue la tradicional, parecida a la defendida por Díaz, resaltando las agrupaciones y Casas del Pueblo como ágoras de discusión y de soporte a la reivindicaciones ciudadanas. Nadie ha sabido hacerlo en cuarenta años. Estas propuestas responden a un modelo de partido del siglo XIX y XX cuando imperaban el analfabetismo y la sociedad industrial, cuando el espacio de la política era el espacio público. Ya nada es igual, la tecnología, la globalización y la economía de servicios han transformado el espacio público; ya no es un espacio físico, sino un espacio virtual donde el conocimiento, el entretenimiento y la política están radicados en la televisión, internet y las redes sociales, en el espacio privado.

Sánchez, según algunas mentes brillantes el político más coherente de España, ejerció del Sánchez que todos conocemos, el que un día dice una cosa y el siguiente otra. El de la banderaza española y el de España nación de naciones. Un hombre que va diciendo a cada uno de sus auditorios aquello que quieren escuchar. Que dice que nunca pactará con el populismo y, tras las elecciones, que los afiliados de PSOE y Podemos no entenderían que Pablo y él no llegaran a un acuerdo. Un hombre que dice que Díaz propugna un partido de notables y él un partido de militantes. Claro, que nadie se interponga entre él, un bonapartista, y los militantes. Es decir, no un partido de notables sino un partido de un solo notable, él. Su lenguaje corporal, su sonrisa impostada en forma de mueca, son las de un ambicioso que no se para en mientes para conseguir sus objetivos, sea intentando convocar un congreso cuando se ve acorralado por el comité federal, sea colocando una urna detrás de una cortina. Cuenta con todo el apoyo de Armengol al desdecirse ésta del suyo a López, al constatar que quedaba aislada de un masivo apoyo de los afiliados en Baleares a Sánchez. Y con el apoyo de Borrell (una inteligencia privilegiada a años luz de Sánchez y una gran fragilidad emocional), sólo comprensible por el rencor ante los notables del PSOE por las jugarretas con las que le descabalgaron. Borrell se apunta a la voladura.

? Díaz y López se refugian en el PSOE de siempre; Sánchez en un PSOE identificado con la izquierda. Permítanme citar a Reiner Stach, biógrafo de Kafka (el escritor decisivo del siglo XX), excelente escritor: "Las personas a las que se les ha quitado todo buscan la cercanía de las grandes ideas, e infaliblemente acuden al recurso de la identificación. En ningún sitio se oye esta fórmula mágica con más frecuencia que allá donde hace mucho que todo se cae a pedazos. Es un acto compensatorio, pero al precio de una radical introversión, en una ya amenazante proximidad a la locura. Un atrancar las puertas, un oscurecer todas las ventanas. ´Soy y seguiré siendo yo´".

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