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Daniel Capó

La condena de las ciudades de éxito

Algunas ciudades corren el riesgo de morir a causa de su éxito. No es una contradicción carente de sentido, sino una forma de constatar las...

Algunas ciudades corren el riesgo de morir a causa de su éxito. No es una contradicción carente de sentido, sino una forma de constatar las dinámicas que nos amenazan. La semana pasada nos referíamos a Le Crépuscule de la France d´en haut, del sociólogo francés Christophe Guilluy, en el que se explica cómo el grueso de las oportunidades laborales y económicas se concentran en unas pocas ciudades: Londres y París, Amsterdam y Nueva York, Shanghái y Milán... El reverso negativo de este proceso, conocido como métropolisation, no sólo es la desertificación del resto de la geografía urbana -los lugares, digamos, condenados a perder el tren de oportunidades que ofrece la globalización-, sino también el empobrecimiento paralelo que termina produciéndose en las ciudades de éxito. Como ilustración, un ejemplo sacado de las páginas de Le Monde que nos ofrece Christopher Caldwell en un largo ensayo para The City Journal: el precio medio de un alquiler mensual en Londres asciende a 2.580 libras, cuando el salario medio mensual en la capital británica apenas llega a las 2.300 libras. Las ciudades de éxito (Londres, Paris, Nueva York, Madrid, Barcelona, Palma..., son más prósperas hoy de lo que nunca habían sido) enferman como consecuencia de una nueva ruptura social entre los muy ricos -en datos válidos para España, alrededor de un 13 % de la población- y el resto de la ciudadanía, incluidas las anteriormente pujantes clases medias, que parecen ahora las destinatarias de la advertencia que lanzó hace ya más de cincuenta años el escritor británico George Orwell: "Nosotros, la declinante clase media, volveremos a formar parte de la clase obrera, a la que pertenecemos".

Del mundo a nuestra isla: Mallorca no es más que una gran área metropolitana conectada con Europa, cuyo éxito a inicios del siglo XXI resulta indiscutible. Nos favorece la situación geográfica y la frecuencia de vuelos, las infraestructuras y el clima, los estándares europeos y la belleza patrimonial y natural. Con una enorme inversión extranjera desde hace años -que se centró primero en la vivienda, para extenderse pronto a la creación de negocios-, se podría decir que la isla se beneficia de los atributos positivos de la globalización de forma generosa y generalizada: hay tasas relativamente altas de empleo; la competitividad del monocultivo turístico es un hecho; resulta innegable la mejora de los pueblos y de las ciudades, el crecimiento de la oferta de calidad, etc. Y, sin embargo, el proceso de metropolización -del que alerta en Francia Guilluy- tiene lugar ante nuestros ojos de un modo acelerado, subrayando el avance de la peligrosa atomización social: una tierra peligrosamente cortada por un patrón de clase social y la construcción de una mera escenografía.

Así, los centros históricos -en Palma, pero no sólo en Palma- se convierten en zonas boutique y en objeto de deseo de los fondos de inversión internacionales, mientras los alquileres se disparan y se excluye al ciudadano medio de la posibilidad de acceder a una vivienda adecuada a un precio razonable. El ejemplo inmediato de la isla de Ibiza resulta iluminador. El continuo cierre de locales históricos de Palma -el último, el Café Lírico y quién sabe si pronto del Bar Cristal- ilustra aún mejor el cambio de rostro de la urbe que trae consigo la metropolización: más estrellas Michelin y menos personalidad propia. Por supuesto, otra de las consecuencias casi inmediatas de este proceso acelerado de transformación de la vida urbana es la dificultad de encontrar trabajadores bien formados que quieran desplazarse a tales zonas de éxito. Algunos estudios realizados en Estados Unidos ya demuestran cómo la mayoría de las recientes startups surgen fuera de las áreas consideradas hasta ahora como más innovadoras -pongamos por caso Sillicon Valley-, precisamente por las dificultades económicas que imposibilitan a los jóvenes emprendedores instalarse allí. En Mallorca, muchas empresas turísticas sufren serios problemas a la hora de contratar personal por este mismo motivo: una situación que sólo puede agravarse a medida que el éxito de una minoría global expulse a los menos afortunados. Las políticas sociales no sólo son necesarias, sino urgentes. La alternativa, como estamos comprobando en todo el mundo civilizado, es la cronificación del malestar social.

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