Diario de Mallorca

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Las compañías aéreas practican el sistema de venta de billetes más allá de la capacidad de los aviones, el llamado overbooking, con el único objetivo de tener las plazas cubiertas en todos y cada uno de los trayectos. Codicia, se llama esa figura. Más aún al tener en cuenta que la inmensa mayoría de las reservas que se hacen hoy no se pueden devolver y, por añadidura, cuesta dinero -a menudo más de lo que vale el propio vuelo- cambiar el trayecto de día o de hora, con lo que la empresa tiene garantizado el cobro de todos los pasajes que ha colocado. Pese a ser así, vende aún más. Semejante práctica, aplicada a la venta de entradas de cualquier teatro de la ópera, supondría un escándalo pero, claro es, los espectadores de los auditorios son gentes de posibles e influencias. Los que viajamos en aviones repletos, sometidos a la tortura de asientos cada vez más diminutos e incómodos, somos gentes de a pie, ciudadanos de segunda clase a los que cabe dejar en tierra bajo la excusa del overbooking. Se nos ofrecen, eso sí, compensaciones peregrinas porque arbitrario es cualquier acuerdo impuesto a la fuerza. Y si no nos avenimos, nos echan del avión a patadas, como le ha sucedido a la compañía United Airlines con un pasajero que se resistió a ser desalojado la fuerza del avión hasta que le partieron, de forma literal, la cara.

United Airlines se ha excusado por las formas, que no por el fondo, del conflicto. Pero no lo ha hecho hasta que su cotización en Bolsa comenzó a caer alcanzando hasta un 4% de pérdidas. Cabe imaginar a qué vinieron las disculpas y en qué habrían quedado si la respuesta bursátil hubiese sido al alza. Pero tampoco es cosa de echar sólo a la aerolínea estadounidense a los perros porque lo que sucede en el mundo del transporte aéreo es una constante que se aplica por doquier. Hay empresas como Ryanair con políticas de atención al cliente que parecen diseñadas por el marqués de Sade pero tampoco cabe olvidar el trato que se recibe en otras como Vueling, por poner un solo ejemplo. Hablando hace poco con un alto ejecutivo de una aerolínea cuyo nombre no diré, recién llegada, por medio de una empresa subsidiaria, al mundo de los vuelos de bajo coste, se sorprendía ante lo que el cliente está dispuesto a padecer a cambio de una rebaja en el precio del trayecto. No entiendo de dónde viene la sorpresa. Vivimos en un mundo cada vez más cutre y miserable, en el que las virtudes antiguas de la solidaridad y la magnificencia se han vuelto puro egoísmo del peor. En el trato personal es una lástima que lleva a las secuelas de la mala educación. Pero en lo que hace a los negocios, y en particular al del transporte aéreo, estamos metidos en una especie de carrera para ver cómo se puede vejar y angustiar más al pasajero. Puede que las caídas en Bolsa mitiguen algo esas prácticas pero será ya tarde. Lo que me parece más raro de todo es que las compañías aéreas se extrañen de que el tren, el AVE. les está ganando por la mano. ¿Por qué será?

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