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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

El preludio de un problema social

Se podría decir que los preludios marcan una tendencia que anuncia el clima general de una época. La corrupción heredada del pasado, por ejemplo, que ahora denominamos modus operandi. O el malestar catalán -ese català emprenyat de Enric Juliana-, que arranca de unos artículos del nuevo estatut d´autonomia tumbados por una sentencia del Tribunal Constitucional. En la victoria de Trump, hay que saber escuchar lo que supuso un movimiento político como el Tea Party, que se posicionaba en contra de Obama, y el Brexit, además del enésimo error de David Cameron, bebió de ese triple no que impuso hace ya décadas Margaret Thatcher a la Comunidad Económica Europea, cuando todavía no era la UE aunque quería serlo. Por supuesto, hablamos grosso modo, utilizando la brocha gorda: nada en realidad resulta tan sencillo ni tan aparente. Pero sí es cierto que debemos estar atentos a los preludios, a los tonos menores, a lo que sucede en lugares apartados -o no tanto-, a los nuevos movimientos emergentes, a las tendencias que aparecen y desaparecen€ El turismo sería un ejemplo: el turismo low cost y el que prefiere un alojamiento boutique; el turismo de masas, en todo caso, que es sin duda uno de los grandes motores económicos de nuestro tiempo.

Todo exceso necesita regulación, ser atemperado para evitar males mayores. El turismo de masas genera trabajo a gran escala -tanto directo como indirecto- y abre la sociedad de un modo en que sólo el comercio es capaz de hacerlo. Sus beneficios son tan indudables como los problemas que ocasiona: excesiva presión humana, medioambiental, territorial€ Facilita el surgimiento de una experiencia industrial de primer nivel -muchas de nuestras principales compañías hoteleras operan como multinacionales, algo impensable hace apenas medio siglo-; pero también, por la tipología del trabajo, acelera los procesos de atomización social e incide en el uso intensivo de un capital humano con escaso valor añadido. El turismo de masas -en gran medida impulsado ahora por los vuelos de bajo coste y lo que se ha venido en denominar la "cultura Ikea"- ha traído problemas nuevos, en los que se enfrentan derechos y deberes antagónicos. En nuestras islas, el preludio sucedió en Eivissa; su continuación, en Palma y en toda Mallorca. El alquiler turístico, si no se regula con acierto, revierte en contra del potencial futuro de una sociedad. Sin casas para arrendar se destruye la movilidad social, mientras se crea una ciudad sólo apta para propietarios y para altos -altísimos- patrimonios.

Las ciudades de éxito se caracterizan por su escala humana, por su capacidad de atraer a profesionales cualificados, por el buen nivel de sus infraestructuras públicas y privadas, por su innovación y por la calidad de su sistema educativo y sanitario. Dentro de este modelo, el acceso a la vivienda es clave. Sin alquileres a precios razonables, difícilmente se atrae capital humano -en todo caso, rentistas- y más bien se expulsa a los jóvenes. El efecto Venecia resulta entonces aplastante: una urbe que se convierte en escenario, en atrezo, en un parque de atracciones que vive única y exclusivamente de cara al turismo masivo de quita y pon. Encontrar el justo punto de equilibrio no es sencillo y seguramente irá cambiando con el paso de los años. Pero la opción de no regularizar sencillamente no existe y menos aún en periodos de cambios radicales como los que vivimos hoy en día. La tecnología acelera el intercambio de información y abarata el ocio. Es lógico que los propietarios quieran maximizar el rendimiento económico de sus casas; sin embargo, tenemos que considerar las dificultades de ajuste que ocasionan. Se ha hablado, y con razón, de que el futuro necesita menos una sociedad de propietarios que una sociedad que favorezca el alquiler, a fin de facilitar el dinamismo social. Pero se trata, claro está, de un arrendamiento de calidad y a la vez asequible. Convertir toda la isla en un inmenso hotel sería un grave error que, a largo plazo, terminaría por empobrecernos. Fue el control de los alquileres -permitiendo mantener los precios asequibles- lo que convirtió Nueva York en una gran ciudad de éxito. Algún tipo de regulación estricta empieza a ser una necesidad.

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